Orígenes del capitalismo, colonias y comercio británicos
Durante el siglo XVIII, simultáneamente con la aparición de Rusia y Prusia como grandes potencias militares en el Continente, se convirtió Inglaterra (unida a Escocia como reino de Gran Bretaña) en la principal potencial comercial y colonial del mundo.
En el silgo XVI era Inglaterra una potencia de segundo orden en Europa, menos importante que Portugal o Polonia.
Fue en el siglo XVI cuando se echaron los cimientos para la ulterior hegemonía económica de Inglaterra. La confiscación en masa de las propiedades eclesiásticas y el sistema simultáneo de “cercar” (enclosing) las fincas rústicas, transformándolas en propiedad particular de los nobles, sirvieron para enriquecer a determinados ingleses y suministrar el capital para empresas exteriores (estos eran intereses nacionales). La introducción de la ética calvinista en Inglaterra y Escocia estimuló el desarrollo de un espíritu capitalista (protestantismo característicamente nacionales que facilitó el impulso emotivo y los lemas adecuados para agrupar a la masa inglesa en apoyo de sus soberanos, aventureros y capitalistas). La carencia de guerras civiles largas y ruinosas dieron a Inglaterra grandes oportunidades para consagrar sus recursos al comercio y enriquecerse.
Aunque el descubrimiento del Continente norteamericano por Cabot a fines del siglo XV hubiera sido patrocinado por el rey de Inglaterra Enrique VII, los ingleses no explotaron inmediatamente el descubrimiento.
Inglaterra comenzó su gran carrera naval en el reino de Isabel (1558 – 1603) y la empezó por la piratería, el contrabando y la trata de esclavos. Uno de los precursores fue Juan Hawkins (1532 – 1595). El segundo de los corsarios fue Francisco Drake (1545 – 1595), primo del anterior que fue nombrado en 1570 por Isabel. Adquirió fama y riquezas a costa de España, regresó en 1580 dando la segunda circunnavegación del mundo y la primera realizada por su país. Un tercer corsario y pirata fue Tomás Cavendish (1555 – 1592), que en 1586/7 realizó la tercera circunnavegación del globo.
Mas famosas fueron las proezas de los medio hermanos Humphrey Gilbert (1539 – 1583) y Walter Raleigh (1552 – 1618). Gilbert desarrolló su teoría de que se podría llegar a China y la India navegando hacia el Noroeste o el Nordeste sobre los mares polares. Aunque todos estos esfuerzos se vieron condenados al fracaso por el hielo invencible, contribuyeron a aumentar los conocimientos geográficos y a establecer la supremacía inglesa en las ricas pesquerías septentrionales, especialmente en la pesca de la ballena. Gilbert fue, en segundo lugar, el precursor de la colonización ingles. Fundó en 1583, una colonia en San Juan de Terranova.
Raleigh y Gilbert, Frobisher y Cavendish, Drake y Hawdins no son más que ejemplos destacados de una gran cantidad de ingleses que, en la segunda mitad del siglo XVI, buscaron y consiguieron grandes beneficios en las aventuras remotas. La mayor parte de tales beneficios se hicieron a costa de España y por medios tan discutibles como la piratería, el saqueo y la trata de esclavos.
Fue Inglaterra el factor principal del hundimiento del Imperio mundial y el monopolio mercantil universal españoles. Todo implicaba el que inundara a Inglaterra una riqueza nueva, que iba a pasar a manos de cortesanos y aventureros, y a fomentar el desarrollo de una clase media numerosa e influyente.
A la muerte de Isabel subió al trono de Inglaterra Jacobo VI de Escocia, con el nombre de Jacobo I (1603 – 1625), y los dos reinos británicos quedaron unidos bajo un mismo soberano. Jacobo fomentó el comercio y las colonias fuera de los territorios estrictamente españoles. Siguió la política de Isabel instalando grandes cantidades de colonos protestantes ingleses y escoceses en el norte de Irlanda (Ulster). Confirmó los privilegios concedidos por su predecesor a Compañías comerciales inglesas y autorizó otras nuevas. Indujo a extender sus operaciones por todo el creciente Imperio ruso a la Compañía de Moscovia. Durante el siglo XVII y hasta el advenimiento de Pedro el Grande, el comercio exterior de Rusia estaba casi totalmente en manos de la Compañía de Moscovia inglesa.
En los últimos años de Isabel se concedió carta de privilegio (1600) a una Compañía Inglesa de las Indias Orientales, con el fin de monopolizar, por un período de quince años, todo el comercio inglés del este del Cabo de Buena Esperanza “en lugares que no estuvieran en manos de otras potencias cristianas”. Jacobo I la confirmó en sus privilegios a perpetuidad, se convirtió en un importante manantial del poder y la riqueza ingleses en la India. Se cimentaba manifiestamente un imperio mercantil inglés en la India y Persia.
Durante el reinado de Jacobo I se instalaron también las primeras colonias inglesas permanentes en el Nuevo Mundo. Desde entonces creció rápidamente la emigración inglesa a Norteamérica.
La colonización inglesa progresó velozmente en el reinado de Carlos I (1625- 1649), hijo y sucesor de Jacobo I. Se fundaron Boston (1630), Providence y Hartford (1636), New Haven (1638), Maryland (1634) y en las Antillas: San Cristóbal y Barbados (1625), Nevis (1628), Antigua y Montserrat (1632).
Inglaterra no fue la única de las naciones europeas que trabajaron, con considerable éxito entre 1560 y 1650, por acabar con el monopolio español del comercio y la colonización ultramarinos. También Francia laboraba simultáneamente con el mismo fin y con parecido éxito.
La aparición de Francia como potencia comercial y colonial ofreció precisamente un curioso paralelo con la de Inglaterra. Lo que Cabot había sido primitivamente para Inglaterra, fueron para Francia Verrazano y Cartier. Además, en la segunda mitad del siglo XVI había piratas, corsarios, contrabandistas y aventureros franceses lo mismo que ingleses. Durante el reinado de Enrique IV, Samuel Champlain, aventurero francés, exploró la cuenca del San Lorenzo y, en 1608, fundó Québec. En 1650, se dedicaban los franceses a colonizar el Canadá y Acadia, dedicándose al comercio de pieles, a la explotación forestal y a establecer pesquerías en el norte de América y se lanzaban a empresas comerciales en el extremo Oriente y a la trata de esclavos entre África y América.
Si Francia e Inglaterra habían contribuido notoriamente a la decadencia de España, los principales beneficios parecían haber correspondido a los Países Bajos.
Comenzaron los holandeses en 1593 la trata sistemática de esclavos en la costa africana de Guinea. Una gran victoria naval conseguida en Malaca en 1606 sobre una flota mixta hispano – portuguesa, y una derrota decisiva de la restante escuadra española en Gibraltar, en 1607, hicieron a los holandeses dueños implícitos de las rutas comerciales oceánicas. El director de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales fue Juan Coen.
Entretanto, ponían también los holandeses los cimientos para el triunfo comercial y colonial en América. Al principio recurrieron, como sus contemporáneos ingleses y franceses, a la piratería, al contrabando y a la trata de esclavos con los territorios españoles y portugueses; mas no tardaron en tomar, bajo los auspicios de Compañías privilegiadas, puntos estratégicos a sus rivales o en reclamar derechos sobre terrenos no ocupados.
Para mediados del siglo XVII, los holandeses se habían convertido en los herederos principales de la hegemonía comercial de los portugueses en Asia y África, y amenazaban llegar a ser un rival muy serio de Francia e Inglaterra con respecto a la herencia de España en América. La prosperidad económica de los Países Bajos causaba la envidia de toda Europa, y Ámsterdam era el centro bancario del mundo entero.
Ello trajo aparejado el que, así como España y Portugal fueron blanco de los ataques de las otras presuntas potencias comerciales en el siglo XVI, lo fueran los Países Bajos en el XVII. La consecuencia fue una serie de guerras entre Inglaterra y los Países Bajos.
Al notable desarrollo del capitalismo en los Países Bajos y en Inglaterra se debió el que la común religión quedara en el silgo XVII subordinada a los intereses económicos, y el que estallaran guerras entre ambos países.
Las hostilidades comenzaron, al cabo en 1651, cuando el gobierno inglés, presidido por Oliverio Cromwell, promulgó una ley especial de navegación que limitaba el comercio inglés a los buques de su nacionalidad, prohibiendo, por lo tanto, a los holandeses comerciar directamente con Inglaterra.
La primera guerra angloholandesa (1652 – 1654), los ingleses sufrieron derrotas y algunas victorias y por el Tratado de Westminster (1654) consiguieron de los Países Bajos una factoría comercial en las islas de las Especies y una indemnización por la “matanza de Amboina” (en 1623, los colonos y mercaderes ingleses de la isla de Amboina fueron aniquilados por una escuadra holandesa).
En la segunda guerra angloholandesa (1665 – 1667), los ingleses tomaron Nueva Ámsterdam, la rebautizaron con el nombre de Nueva York en honor del duque de este título (heredero del trono inglés) y consiguieron su cesión permanente por el tratado de Breda (1667).
La tercera guerra angloholandesa /1672 – 1674) se combinó con el ataque de Luis XIV de Francia contra los Países Bajos. El rey inglés de la época, Carlos II, estaba aliado con Luis XIV.
Durante el resto del reinado de Carlos II y en todo el de su hermano y sucesor Jacobo II (1685 – 1688), Inglaterra desarrolló una política vacilante entre los Países Bajos y Francia. En 1688, se admitía ya en general, en Inglaterra, que había pasado el período de crecimiento activo de los imperios ultramarinos, no sólo de España y Portugal, sino también de los Países Bajos, y que la futura competencia por el dominio y riquezas del mundo se desarrollaría entre aquélla y Francia. La contienda anglofrancesa comenzó en 1689 y duró, con intermitencias, a través de todos el siglo XVIII.
Rivalidad anglofrancesa
Inglaterra y Francia sembraron colonias ultramarinas en la primera mitad del siglo XVII. Durante la segunda siguieron ambas desarrollando y fomentando ambiciones comerciales y coloniales, de modo que al llegar el año 1689, factorías y dominios rivales se encontraban frente a frente en Norteamérica, en las Antillas, en África y en la India.
Hasta entonces las factorías africanas eran simples estaciones de tránsito para el comercio de oro en polvo, marfil, cera y, principalmente, esclavos negros. La lucha verdadera en torno a África no había de llegar hasta los siglos XIX y XX.
De atractivo aún mayor era para Francia e Inglaterra la India asiática, que, a diferencia de América o África, ofrecía campo más favorable para el comercio que para la colonización o la conquista; pues ocurría que la fertilidad y extensión de la India se explotaban al máximo para sostener a una población de doscientos millones.
Gobernaba a la India en el siglo XVII una dinastía de emperadores musulmanes llamados mogoles. La mayoría de la población conservaba su antigua religión hindú, con sus capas sociales o castas y su lengua y costumbres características. No les fue posible a los conquistadores musulmanes establecer sobre un país como la India, dividido en muchas regiones, mas que una soberanía bastante laxa. Esta funesta debilidad del Gran Mogol permitió a los mercaderes europeos, que en el siglo XVII buscaban su favor y protección, convertirse en el XVIII en sus amos.
En 1689, aunque Francia llegara tarde a la competencia colonial, consiguió bastante bien lograr ser un rival formidable para Inglaterra. La gran contienda por la hegemonía no se había de decidir, sin embargo, por la justicia de los derechos a la antigüedad de las fundaciones, sino por el poder combativo de los contrincantes.
El poderío marítimo de Inglaterra aumentaba con más regularidad que el de Francia. Los ingleses tenían una inclinación natural al mar por el hecho mismo de ser insulares, y desde la época de la “Invencible”, su más patriótica vanagloria fueron las proezas de sus marinos. El primer gran almirante inglés fue Robert Blake.
También las leyes navales (1651 – 1660), al excluir a los buques extranjeros del tráfico entre Gran Bretaña y sus colonias, si bien disminuyeron el volumen del comercio, trajeron aparejada una prosperidad indudable de los armadores ingleses.
En conjunto, la política colonial francesa parecía decididamente superior. Luis XIV se encargó de toda la “Nueva Francia” como si fuera una provincia francesa, y los franceses podías presentar un frente compacto contra las colonias inglesas, divididas y discordantes. Durante el mando de Golbert (gran ministro mercantilista de Luis XIV), el número de colonos franceses en América aumentó un 300% en 20 años.
Los franceses tuvieron, además, en la India y en América un éxito casi constante en ganarse la confianza y amistad de los indígenas, mientras que los ingleses estaban frecuentemente en guerra, por lo menos con los pieles rojas.
Tenían los ingleses, sin embargo, gran ventaja en cuanto al número de sus colonos.
La rivalidad comercial y colonial no podría hacer llegar a las manos de Francia y Gran Bretaña mientras los reyes Estuardo esperasen de Luis XIV amistosa ayuda para la instauración del absolutismo y el resurgimiento del catolicismo en Inglaterra. En 1689, el rey Jacobo II fue destronado y desterrado; el Parlamento se impuso y se concedió la corona británica al yerno de Jacobo II, Guillermo III, príncipe de Orange. Estatúder de los Países Bajos holandeses, protestante auténtico y archienemigo de Luis XIV. El advenimiento de Guillermo III implicaba la coalición de Inglaterra y los Países Bajos contra Francia.
La Liga de Augsburgo estaba formada por Inglaterra, Países Bajos, Sacro Imperio Romano, los reyes de España y Suecia y los electores de Baviera, Sajonia y el Palatinado. La Liga sostuvo la guerra contra Luis XIV desde 1689 a 1697.
La guerra de la Liga de Augsburgo tuvo su duplicado en la titulada “Guerra del rey Guillermo”, entre los colonos americanos de Inglaterra y Francia, los colonos de Nueva Inglaterra ayudaron a la toma (1690) de la fortaleza francesa de Port Royal en Acadia (Nueva Escocia), y en un infructuoso ataque a Québec. Fue muy importante el papel de los indios.
El conflicto se interrru7mpió con el Tratado de Ryswick (1697), con arreglo al cual Luis XIV se comprometió a no oponerse a los derechos de Gu7illermo al trono de Inglaterra, y se devolvieron todas las conquistas coloniales, incluso Port Royal.
A los cinco años se hundía Europa en la Guerra de Sucesión española (1702 – 1713). El rey Guillermo formaba una gran alianza con el emperrado Habsburgo y otros soberanos europeos para impedir que un nieto de Luis, Felipe, heredara las coronas españolas, pues si Francia y España se unían bajo la dinastía Borbón, sus ejércitos aterrarían a Europa, sus imperios coloniales reunidos cercarían y, tal vez, se tragarían las colonias británicas; y sus escuadras combinadas acaso expulsaran de los mares a los ingleses. Estaban éstos, además, furiosos de ver que Luis XIV, a la muerte de Jacobo II (1701), reconocía públicamente al hijo católico del Estuardo desterrado como Jacobo III, rey de Inglaterra.
Las cláusulas principales del Tratado de Utrecht (1713) son:
1. se permitía a los Borbones franceses pasar a reinar en España, a condición de no unirse jamás, las colonias de Francia y España se podían considerar como un enorme Imperio Borbónico;
2. se confirmaba a Gran Bretaña en la posesión de Acadia, que fue rebautizada con el nombre de Nueva Escocia y Francia renunciaba a sus pretensiones sobre la bahía de Hudson, Terranova y la isla de Saint Kitts en las Antillas;
3. Gran Bretaña obtenía de España la isla de Menorca y la pétrea fortaleza de Gibraltar;
4. de mayor valor inmediato para Gran Bretaña eran las concesiones comerciales, llamadas el “Asiento”, que le hizo España (1713).
Antes del “Asiento”, el comercio británico con las posesiones españolas de América era ilegal, el ”Asiento” concedía a Gran Bretaña los derechos exclusivos para el suministro de esclavos negros a la América española durante 30 años. Se siguió prohibiendo a los ingleses vender otros artículos en los dominios del rey de España.
A la peligrosa rivalidad entre los colonos y mercaderes británicos y franceses en América y la India, durante los 30 años que siguieron al tratado de Utrech, se agregaron las continuas disputas a que dio lugar el “Asiento” concertado en 1713 entre Gran Bretaña y Francia. Los mercaderes británicos contaban la historia de sus agravios contra las autoridades españolas. Ante la agitación popular que produjeron estos incidentes, el pacifista Primer Ministro de la época, sir Roberto Walpole, no pudo impedir que sus compatriotas declarasen la guerra a España.
De este modo se reanudó en 1739, la guerra colonial y comercial en una contienda conocida generalmente con el nombre de la “Guerra de la oreja de Jenkins” (debido a un cuento del Capitán Jenkins que decía haber sido atacado por españoles, saqueándolo y cortándole la oreja). Esto fue el preludio de la reanudación de hostilidades en gran escala entre Francia y Gran Bretaña.
Francia y Gran Bretaña firmaron el Tratado de Aquisgrán (1748), en virtud del cual había que devolver todas las conquistas, incluso Madras y Luisburgo. En lo que concierne a España, Gran Bretaña renunció en 1750 a los privilegios del “Asiento”, a cambio de una indemnización de 100.000 libras esterlinas.
Victoria de Gran Bretaña sobre Francia
La guerra decisiva se desarrollo entre 1754 y 1763. Perdió Francia.
La causa inmediata de la “Guerra con franceses e indios” fue una disputa por la posesión de la cuenca del Ohío. Los ingleses habían organizado ya una compañía en Ohío (1749) para colonizar la cuenca, mas no advirtieron del todo la urgente necesitad de obrar hasta que los franceses comenzaron la construcción de una línea de fuertes en la Pensilvania occidental. La guarnición inglesa fue derrotada.
Los ingleses se contentaron con construir fuertes. Mientras los franceses hacían otro tanto.
En 1756, el mejor aliado de Gran Bretaña, Federico el Grande, fue derrotado en Europa; una escuadra inglesa lo fue en el Mediterráneo; los franceses tomaron la isla de Menorca; y fracasó un ataque británico contra la fortaleza francesa de Luisburgo.
En 1757 se imprimió a la guerra nuevo impulso por parte de los ingleses principalmente, a causa de la entrada en el gabinete de William Pitt (el Mayor). Estaba éste decidido a excitar a todos los súbditos británicos a luchar por su país.
No contentos con haber tomado las amenazadoras avanzadas francesas, los británicos se lanzaron seguidamente contra los baluartes centrales de los franceses. El general Wolfe (inglés) toma Québec.
Durante algún tiempo pareció que las fuerzas de los ingleses iban a ser vencidas, pero una descarga bien dirigida y una carga impetuosa introdujeron el desorden en las líneas francesas. Fue el principio del fin del imperio colonial francés en Norteamérica. Montreal cayó en 1760 y los británicos completaron la conquista de la Nueva Francia en el momento preciso en que desaparecían casi de la India los últimos vestigios del poderío francés.
Luis XV de Francia consiguió la ayuda de su pariente Borbón el rey de España contra Inglaterra; mas el apoyo español resultó ineficaz, y en 1762, las escuadras británicas se apoderaban de Cuba, de las islas Filipinas y de las posiciones francesas antillanas.
Francia fue derrotada en la lucha por el enormemente mas populoso y opulento imperio de la India. El Imperio Mogol se fue cayendo a pedazos durante la primera mitad del siglo XVIII.
Francia sufrió durante el siglo XVIII, a manos de los ingleses, una derrota más abrumadora y humillante que la que los Países Bajos sufrieron en el XVII o España en el XVI. Ambos países fueron humillados y desposeídos de todo monopolio del comercio o el imperio del mundo, pero conservaban aún colonias valiosísimas: España, en América y Filipinas; los Países Bajos, en las Indias Orientales. En cambio, Francia no sólo fue humillada, sino desposeída de casi todas sus posesiones y de la mayor parte del comercio de ultramar. Se negó a considerar sus pérdidas como definitivas; su rivalidad con Gran Bretaña continuo muchos después de 1763.
La India y América se perdieron irremisiblemente para Francia en el siglo XVII. Su comercio en la India no tardó en quedar reducido a la insignificancia ante la rica y poderos a Compañía de Indias británicas. La India francesa consiste actualmente en cinco pueblos insignificantes con un área total de 196 millas cuadradas.
Gran Bretaña adquiere la India y Australia
De los dos siglos de luchas con españoles, holandeses y franceses, surgió en 1763 Gran Bretaña como la principal potencia colonial y comercial del mundo. La superficie real de su imperio colonial era aún algo menor que la del de España y ligeramente mayor que la del de Portugal; mas su población era considerablemente mayor, y su comercio muchísimo mas floreciente.
Las posesiones ultramarinas británicas seguían, además, creciendo. Aunque sufrió revés con las sublevación de trece colonias en la costa norteamericana, seguía progresando, a fines del siglo XVIII, en Asia y en Oceanía.
La dominación inglesa progresó, sobre todo, en la India.
Al terminar la Guerra de los Siete Años, en 1763, los ingleses se encontraron libres en la India de toda competencia seria de europeos, ni comercial ni política.
Pero el imperio político británico en la India era territorialmente pequeño en 1763. Los británicos se encontraban ahora en la India con una situación interna particularmente caótica.
Clive fue el creador verdadero del imperio británico en la India y quien formuló la política a seguir para conservarlo y extenderlo. La política de Clive la continuó y mejoró Warren Hastings, otro notable funcionario de la Compañía de Indias. En 1772, fue nombrado para el gobierno de Bengala, y dos años mas tarde se le nombró primer gobernador general de todas las posesiones británicas de la India. Por vez primera quedaron así unidas las tres “presidencias”, independientes hasta entonces, de Calcuta, Madras y Bombay, en un gobierno común que dirigió Hastings hasta 1785.
No se limitó Hastings a aumentar el Imperio británico en la India, sino que mejoró y centralizó su administración; reforzó la Hacienda y el sistema policiaco, y convirtió una ocupación originariamente militar en un gobierno civil estable.
Después de Hastings hubo aún en el siglo XVIII otros dos grandes gobernadores de la Compañía de Indias que prestaron señalados servicios en la constitución del Imperio. Fue un de ellos lord Cornwallis, y el segundo fue el Marqués de Wellesley.
También fuera de la India se iba extendiendo el comercio y el poder político de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, que, en 1785, adquiría Penang y Malaca.
Simultáneamente se tomó a los holandeses (1795) Ceilán y los británicos aumentaron el número de estaciones de tránsito y posiciones fortificadas en la gran ruta marítima de Inglaterra a la India que rodeaba África. En África del Sur habían de construir ulteriormente los británicos una gran posesión.
También durante la segunda mitad del siglo XVIII echaron los británicos las semillas de otra empresa ultramarina aún más importante: la colonización de todo un continente: Australia.
Desde el siglo XVI se hablaba entre marinos y geógrafos de la existencia de un continente en el Pacífico meridional; a principios del siglo XVII un piloto portugués, llamado Pedro Fernández de Quirós, al servicio de Felipe III de España, había buscado ávidamente y llegado, casi a encontrar la “Terra australis”. Poco después, marineros holandeses de las Indias orientales tocaron y exploraron la costa occidental del continente, denominándola “Nueva Holanda”.
James Cook (1728 – 1779) en su primer viaje (1768 – 1770), visitó Taití, exploró las islas de los Amigos, costeó toda Nueva Zelanda, levantó el mapa del litoral y, encaminándose a Nueva Holanda, hizo minuciosamente el mismo trabajo en toda su costa oriental, rebautizándola como “Nueva Gales del Sur”.
En su segundo viaje (1772 – 1775), volvió a visitar Australia y Nueva Zelanda, descubrió la Nueva Caledonia y, navegando completamente en torno del hemisferio austral se convenció de que no existía continente alguno en los mares del sur –ninguna Terra Australis- aparte de lo que los holandeses llamaron Nueva Holanda y que él había rebautizado.
En su tercer viaje (1776 – 1779) volvió Cook a descubrir las islas Hawai, visitadas ya por los españoles en el siglo XVI, pero olvidadas después, y a las que dio el nombre de islas Sándwich en honor del noble inglés jefe entonces de la Armada británica.
En 1786 se organizó como territorio británico de Nueva Gales del Sur la mitad oriental de Australia, y en 1788 se estableció la primera colonia británica cerca de Botany Bay, en un punto llamado Port Jackson y que hoy se conoce con el nombre de Sydney. Estaba formada esta primera colonia por presidiarios, y Nueva Gales del Sur sirvió durante 50 años como una suerte de cárcel al aire libre para los condenados británicos. Poco a poco, comenzó a establecerse en Australia, una cantidad creciente de hombres libres emprendedores.
En Nueva Zelanda se establecieron ya misioneros protestantes ingleses en 1814, mas la inmigración de colonos británicos y la constitución de gobierno no comenzó hasta los alrededores de 1840.
Era evidente, de todos modos, a fines del siglo XVIII, que Gran Bretaña ganaba, mientras otras potencias perdían, en la carrera hacia la hegemonía comercial y dominio colonial de todo el mundo no europeo. Aunque obligada a prescindir de 13 de sus mas antiguas colonias en Norteamérica. Gran Bretaña extendía vigorosamente su dominio en el Canadá, en las Antillas, en la India, en África del Sur, en los Straits Settlements, en Australia y en las islas dispersas por mares y océanos. Gracias a la decadencia de España, Portugal, los Países Bajos y Francia, como potencias marítimas se encontraba ya en posesión de un Imperio mas rico.
Mas importante aún que el vasto Imperio terrestre que Gran Bretaña iba construyendo, era el dominio de los mares, del que se apoderaba claramente frente a sus rivales.
Con la expansión del comercio británico coincidió un asombroso desarrollo del capitalismo inglés. Al llegar el siglo XVIII suplantaba ya Londres a Ámsterdam como principal centro bancario del mundo. El Banco de Inglaterra se convirtió rápidamente en la principal institución financiera. Se fundaron numerosas Bancas particulares, como la famosa de Barclay y la de Lloyd. La “Cámara de Compensación” de Londres se organizó hacia mediados del siglo, y la Bolsa londinense, en 1773.
Gran Bretaña obtenía de sus posesiones ultramarinas y de su marina en los mares un poderío y prestigio crecientes. Los mercaderes británicos se hicieron ricos, con la consiguiente importancia social y política para ellos y para su país. Y el capitalismo británico recibió el estímulo decisivo que había de preparar el camino a la revolución industrial de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, y al desarrollo de la civilización verdaderamente contemporánea.
Durante el siglo XVIII, simultáneamente con la aparición de Rusia y Prusia como grandes potencias militares en el Continente, se convirtió Inglaterra (unida a Escocia como reino de Gran Bretaña) en la principal potencial comercial y colonial del mundo.
En el silgo XVI era Inglaterra una potencia de segundo orden en Europa, menos importante que Portugal o Polonia.
Fue en el siglo XVI cuando se echaron los cimientos para la ulterior hegemonía económica de Inglaterra. La confiscación en masa de las propiedades eclesiásticas y el sistema simultáneo de “cercar” (enclosing) las fincas rústicas, transformándolas en propiedad particular de los nobles, sirvieron para enriquecer a determinados ingleses y suministrar el capital para empresas exteriores (estos eran intereses nacionales). La introducción de la ética calvinista en Inglaterra y Escocia estimuló el desarrollo de un espíritu capitalista (protestantismo característicamente nacionales que facilitó el impulso emotivo y los lemas adecuados para agrupar a la masa inglesa en apoyo de sus soberanos, aventureros y capitalistas). La carencia de guerras civiles largas y ruinosas dieron a Inglaterra grandes oportunidades para consagrar sus recursos al comercio y enriquecerse.
Aunque el descubrimiento del Continente norteamericano por Cabot a fines del siglo XV hubiera sido patrocinado por el rey de Inglaterra Enrique VII, los ingleses no explotaron inmediatamente el descubrimiento.
Inglaterra comenzó su gran carrera naval en el reino de Isabel (1558 – 1603) y la empezó por la piratería, el contrabando y la trata de esclavos. Uno de los precursores fue Juan Hawkins (1532 – 1595). El segundo de los corsarios fue Francisco Drake (1545 – 1595), primo del anterior que fue nombrado en 1570 por Isabel. Adquirió fama y riquezas a costa de España, regresó en 1580 dando la segunda circunnavegación del mundo y la primera realizada por su país. Un tercer corsario y pirata fue Tomás Cavendish (1555 – 1592), que en 1586/7 realizó la tercera circunnavegación del globo.
Mas famosas fueron las proezas de los medio hermanos Humphrey Gilbert (1539 – 1583) y Walter Raleigh (1552 – 1618). Gilbert desarrolló su teoría de que se podría llegar a China y la India navegando hacia el Noroeste o el Nordeste sobre los mares polares. Aunque todos estos esfuerzos se vieron condenados al fracaso por el hielo invencible, contribuyeron a aumentar los conocimientos geográficos y a establecer la supremacía inglesa en las ricas pesquerías septentrionales, especialmente en la pesca de la ballena. Gilbert fue, en segundo lugar, el precursor de la colonización ingles. Fundó en 1583, una colonia en San Juan de Terranova.
Raleigh y Gilbert, Frobisher y Cavendish, Drake y Hawdins no son más que ejemplos destacados de una gran cantidad de ingleses que, en la segunda mitad del siglo XVI, buscaron y consiguieron grandes beneficios en las aventuras remotas. La mayor parte de tales beneficios se hicieron a costa de España y por medios tan discutibles como la piratería, el saqueo y la trata de esclavos.
Fue Inglaterra el factor principal del hundimiento del Imperio mundial y el monopolio mercantil universal españoles. Todo implicaba el que inundara a Inglaterra una riqueza nueva, que iba a pasar a manos de cortesanos y aventureros, y a fomentar el desarrollo de una clase media numerosa e influyente.
A la muerte de Isabel subió al trono de Inglaterra Jacobo VI de Escocia, con el nombre de Jacobo I (1603 – 1625), y los dos reinos británicos quedaron unidos bajo un mismo soberano. Jacobo fomentó el comercio y las colonias fuera de los territorios estrictamente españoles. Siguió la política de Isabel instalando grandes cantidades de colonos protestantes ingleses y escoceses en el norte de Irlanda (Ulster). Confirmó los privilegios concedidos por su predecesor a Compañías comerciales inglesas y autorizó otras nuevas. Indujo a extender sus operaciones por todo el creciente Imperio ruso a la Compañía de Moscovia. Durante el siglo XVII y hasta el advenimiento de Pedro el Grande, el comercio exterior de Rusia estaba casi totalmente en manos de la Compañía de Moscovia inglesa.
En los últimos años de Isabel se concedió carta de privilegio (1600) a una Compañía Inglesa de las Indias Orientales, con el fin de monopolizar, por un período de quince años, todo el comercio inglés del este del Cabo de Buena Esperanza “en lugares que no estuvieran en manos de otras potencias cristianas”. Jacobo I la confirmó en sus privilegios a perpetuidad, se convirtió en un importante manantial del poder y la riqueza ingleses en la India. Se cimentaba manifiestamente un imperio mercantil inglés en la India y Persia.
Durante el reinado de Jacobo I se instalaron también las primeras colonias inglesas permanentes en el Nuevo Mundo. Desde entonces creció rápidamente la emigración inglesa a Norteamérica.
La colonización inglesa progresó velozmente en el reinado de Carlos I (1625- 1649), hijo y sucesor de Jacobo I. Se fundaron Boston (1630), Providence y Hartford (1636), New Haven (1638), Maryland (1634) y en las Antillas: San Cristóbal y Barbados (1625), Nevis (1628), Antigua y Montserrat (1632).
Inglaterra no fue la única de las naciones europeas que trabajaron, con considerable éxito entre 1560 y 1650, por acabar con el monopolio español del comercio y la colonización ultramarinos. También Francia laboraba simultáneamente con el mismo fin y con parecido éxito.
La aparición de Francia como potencia comercial y colonial ofreció precisamente un curioso paralelo con la de Inglaterra. Lo que Cabot había sido primitivamente para Inglaterra, fueron para Francia Verrazano y Cartier. Además, en la segunda mitad del siglo XVI había piratas, corsarios, contrabandistas y aventureros franceses lo mismo que ingleses. Durante el reinado de Enrique IV, Samuel Champlain, aventurero francés, exploró la cuenca del San Lorenzo y, en 1608, fundó Québec. En 1650, se dedicaban los franceses a colonizar el Canadá y Acadia, dedicándose al comercio de pieles, a la explotación forestal y a establecer pesquerías en el norte de América y se lanzaban a empresas comerciales en el extremo Oriente y a la trata de esclavos entre África y América.
Si Francia e Inglaterra habían contribuido notoriamente a la decadencia de España, los principales beneficios parecían haber correspondido a los Países Bajos.
Comenzaron los holandeses en 1593 la trata sistemática de esclavos en la costa africana de Guinea. Una gran victoria naval conseguida en Malaca en 1606 sobre una flota mixta hispano – portuguesa, y una derrota decisiva de la restante escuadra española en Gibraltar, en 1607, hicieron a los holandeses dueños implícitos de las rutas comerciales oceánicas. El director de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales fue Juan Coen.
Entretanto, ponían también los holandeses los cimientos para el triunfo comercial y colonial en América. Al principio recurrieron, como sus contemporáneos ingleses y franceses, a la piratería, al contrabando y a la trata de esclavos con los territorios españoles y portugueses; mas no tardaron en tomar, bajo los auspicios de Compañías privilegiadas, puntos estratégicos a sus rivales o en reclamar derechos sobre terrenos no ocupados.
Para mediados del siglo XVII, los holandeses se habían convertido en los herederos principales de la hegemonía comercial de los portugueses en Asia y África, y amenazaban llegar a ser un rival muy serio de Francia e Inglaterra con respecto a la herencia de España en América. La prosperidad económica de los Países Bajos causaba la envidia de toda Europa, y Ámsterdam era el centro bancario del mundo entero.
Ello trajo aparejado el que, así como España y Portugal fueron blanco de los ataques de las otras presuntas potencias comerciales en el siglo XVI, lo fueran los Países Bajos en el XVII. La consecuencia fue una serie de guerras entre Inglaterra y los Países Bajos.
Al notable desarrollo del capitalismo en los Países Bajos y en Inglaterra se debió el que la común religión quedara en el silgo XVII subordinada a los intereses económicos, y el que estallaran guerras entre ambos países.
Las hostilidades comenzaron, al cabo en 1651, cuando el gobierno inglés, presidido por Oliverio Cromwell, promulgó una ley especial de navegación que limitaba el comercio inglés a los buques de su nacionalidad, prohibiendo, por lo tanto, a los holandeses comerciar directamente con Inglaterra.
La primera guerra angloholandesa (1652 – 1654), los ingleses sufrieron derrotas y algunas victorias y por el Tratado de Westminster (1654) consiguieron de los Países Bajos una factoría comercial en las islas de las Especies y una indemnización por la “matanza de Amboina” (en 1623, los colonos y mercaderes ingleses de la isla de Amboina fueron aniquilados por una escuadra holandesa).
En la segunda guerra angloholandesa (1665 – 1667), los ingleses tomaron Nueva Ámsterdam, la rebautizaron con el nombre de Nueva York en honor del duque de este título (heredero del trono inglés) y consiguieron su cesión permanente por el tratado de Breda (1667).
La tercera guerra angloholandesa /1672 – 1674) se combinó con el ataque de Luis XIV de Francia contra los Países Bajos. El rey inglés de la época, Carlos II, estaba aliado con Luis XIV.
Durante el resto del reinado de Carlos II y en todo el de su hermano y sucesor Jacobo II (1685 – 1688), Inglaterra desarrolló una política vacilante entre los Países Bajos y Francia. En 1688, se admitía ya en general, en Inglaterra, que había pasado el período de crecimiento activo de los imperios ultramarinos, no sólo de España y Portugal, sino también de los Países Bajos, y que la futura competencia por el dominio y riquezas del mundo se desarrollaría entre aquélla y Francia. La contienda anglofrancesa comenzó en 1689 y duró, con intermitencias, a través de todos el siglo XVIII.
Rivalidad anglofrancesa
Inglaterra y Francia sembraron colonias ultramarinas en la primera mitad del siglo XVII. Durante la segunda siguieron ambas desarrollando y fomentando ambiciones comerciales y coloniales, de modo que al llegar el año 1689, factorías y dominios rivales se encontraban frente a frente en Norteamérica, en las Antillas, en África y en la India.
Hasta entonces las factorías africanas eran simples estaciones de tránsito para el comercio de oro en polvo, marfil, cera y, principalmente, esclavos negros. La lucha verdadera en torno a África no había de llegar hasta los siglos XIX y XX.
De atractivo aún mayor era para Francia e Inglaterra la India asiática, que, a diferencia de América o África, ofrecía campo más favorable para el comercio que para la colonización o la conquista; pues ocurría que la fertilidad y extensión de la India se explotaban al máximo para sostener a una población de doscientos millones.
Gobernaba a la India en el siglo XVII una dinastía de emperadores musulmanes llamados mogoles. La mayoría de la población conservaba su antigua religión hindú, con sus capas sociales o castas y su lengua y costumbres características. No les fue posible a los conquistadores musulmanes establecer sobre un país como la India, dividido en muchas regiones, mas que una soberanía bastante laxa. Esta funesta debilidad del Gran Mogol permitió a los mercaderes europeos, que en el siglo XVII buscaban su favor y protección, convertirse en el XVIII en sus amos.
En 1689, aunque Francia llegara tarde a la competencia colonial, consiguió bastante bien lograr ser un rival formidable para Inglaterra. La gran contienda por la hegemonía no se había de decidir, sin embargo, por la justicia de los derechos a la antigüedad de las fundaciones, sino por el poder combativo de los contrincantes.
El poderío marítimo de Inglaterra aumentaba con más regularidad que el de Francia. Los ingleses tenían una inclinación natural al mar por el hecho mismo de ser insulares, y desde la época de la “Invencible”, su más patriótica vanagloria fueron las proezas de sus marinos. El primer gran almirante inglés fue Robert Blake.
También las leyes navales (1651 – 1660), al excluir a los buques extranjeros del tráfico entre Gran Bretaña y sus colonias, si bien disminuyeron el volumen del comercio, trajeron aparejada una prosperidad indudable de los armadores ingleses.
En conjunto, la política colonial francesa parecía decididamente superior. Luis XIV se encargó de toda la “Nueva Francia” como si fuera una provincia francesa, y los franceses podías presentar un frente compacto contra las colonias inglesas, divididas y discordantes. Durante el mando de Golbert (gran ministro mercantilista de Luis XIV), el número de colonos franceses en América aumentó un 300% en 20 años.
Los franceses tuvieron, además, en la India y en América un éxito casi constante en ganarse la confianza y amistad de los indígenas, mientras que los ingleses estaban frecuentemente en guerra, por lo menos con los pieles rojas.
Tenían los ingleses, sin embargo, gran ventaja en cuanto al número de sus colonos.
La rivalidad comercial y colonial no podría hacer llegar a las manos de Francia y Gran Bretaña mientras los reyes Estuardo esperasen de Luis XIV amistosa ayuda para la instauración del absolutismo y el resurgimiento del catolicismo en Inglaterra. En 1689, el rey Jacobo II fue destronado y desterrado; el Parlamento se impuso y se concedió la corona británica al yerno de Jacobo II, Guillermo III, príncipe de Orange. Estatúder de los Países Bajos holandeses, protestante auténtico y archienemigo de Luis XIV. El advenimiento de Guillermo III implicaba la coalición de Inglaterra y los Países Bajos contra Francia.
La Liga de Augsburgo estaba formada por Inglaterra, Países Bajos, Sacro Imperio Romano, los reyes de España y Suecia y los electores de Baviera, Sajonia y el Palatinado. La Liga sostuvo la guerra contra Luis XIV desde 1689 a 1697.
La guerra de la Liga de Augsburgo tuvo su duplicado en la titulada “Guerra del rey Guillermo”, entre los colonos americanos de Inglaterra y Francia, los colonos de Nueva Inglaterra ayudaron a la toma (1690) de la fortaleza francesa de Port Royal en Acadia (Nueva Escocia), y en un infructuoso ataque a Québec. Fue muy importante el papel de los indios.
El conflicto se interrru7mpió con el Tratado de Ryswick (1697), con arreglo al cual Luis XIV se comprometió a no oponerse a los derechos de Gu7illermo al trono de Inglaterra, y se devolvieron todas las conquistas coloniales, incluso Port Royal.
A los cinco años se hundía Europa en la Guerra de Sucesión española (1702 – 1713). El rey Guillermo formaba una gran alianza con el emperrado Habsburgo y otros soberanos europeos para impedir que un nieto de Luis, Felipe, heredara las coronas españolas, pues si Francia y España se unían bajo la dinastía Borbón, sus ejércitos aterrarían a Europa, sus imperios coloniales reunidos cercarían y, tal vez, se tragarían las colonias británicas; y sus escuadras combinadas acaso expulsaran de los mares a los ingleses. Estaban éstos, además, furiosos de ver que Luis XIV, a la muerte de Jacobo II (1701), reconocía públicamente al hijo católico del Estuardo desterrado como Jacobo III, rey de Inglaterra.
Las cláusulas principales del Tratado de Utrecht (1713) son:
1. se permitía a los Borbones franceses pasar a reinar en España, a condición de no unirse jamás, las colonias de Francia y España se podían considerar como un enorme Imperio Borbónico;
2. se confirmaba a Gran Bretaña en la posesión de Acadia, que fue rebautizada con el nombre de Nueva Escocia y Francia renunciaba a sus pretensiones sobre la bahía de Hudson, Terranova y la isla de Saint Kitts en las Antillas;
3. Gran Bretaña obtenía de España la isla de Menorca y la pétrea fortaleza de Gibraltar;
4. de mayor valor inmediato para Gran Bretaña eran las concesiones comerciales, llamadas el “Asiento”, que le hizo España (1713).
Antes del “Asiento”, el comercio británico con las posesiones españolas de América era ilegal, el ”Asiento” concedía a Gran Bretaña los derechos exclusivos para el suministro de esclavos negros a la América española durante 30 años. Se siguió prohibiendo a los ingleses vender otros artículos en los dominios del rey de España.
A la peligrosa rivalidad entre los colonos y mercaderes británicos y franceses en América y la India, durante los 30 años que siguieron al tratado de Utrech, se agregaron las continuas disputas a que dio lugar el “Asiento” concertado en 1713 entre Gran Bretaña y Francia. Los mercaderes británicos contaban la historia de sus agravios contra las autoridades españolas. Ante la agitación popular que produjeron estos incidentes, el pacifista Primer Ministro de la época, sir Roberto Walpole, no pudo impedir que sus compatriotas declarasen la guerra a España.
De este modo se reanudó en 1739, la guerra colonial y comercial en una contienda conocida generalmente con el nombre de la “Guerra de la oreja de Jenkins” (debido a un cuento del Capitán Jenkins que decía haber sido atacado por españoles, saqueándolo y cortándole la oreja). Esto fue el preludio de la reanudación de hostilidades en gran escala entre Francia y Gran Bretaña.
Francia y Gran Bretaña firmaron el Tratado de Aquisgrán (1748), en virtud del cual había que devolver todas las conquistas, incluso Madras y Luisburgo. En lo que concierne a España, Gran Bretaña renunció en 1750 a los privilegios del “Asiento”, a cambio de una indemnización de 100.000 libras esterlinas.
Victoria de Gran Bretaña sobre Francia
La guerra decisiva se desarrollo entre 1754 y 1763. Perdió Francia.
La causa inmediata de la “Guerra con franceses e indios” fue una disputa por la posesión de la cuenca del Ohío. Los ingleses habían organizado ya una compañía en Ohío (1749) para colonizar la cuenca, mas no advirtieron del todo la urgente necesitad de obrar hasta que los franceses comenzaron la construcción de una línea de fuertes en la Pensilvania occidental. La guarnición inglesa fue derrotada.
Los ingleses se contentaron con construir fuertes. Mientras los franceses hacían otro tanto.
En 1756, el mejor aliado de Gran Bretaña, Federico el Grande, fue derrotado en Europa; una escuadra inglesa lo fue en el Mediterráneo; los franceses tomaron la isla de Menorca; y fracasó un ataque británico contra la fortaleza francesa de Luisburgo.
En 1757 se imprimió a la guerra nuevo impulso por parte de los ingleses principalmente, a causa de la entrada en el gabinete de William Pitt (el Mayor). Estaba éste decidido a excitar a todos los súbditos británicos a luchar por su país.
No contentos con haber tomado las amenazadoras avanzadas francesas, los británicos se lanzaron seguidamente contra los baluartes centrales de los franceses. El general Wolfe (inglés) toma Québec.
Durante algún tiempo pareció que las fuerzas de los ingleses iban a ser vencidas, pero una descarga bien dirigida y una carga impetuosa introdujeron el desorden en las líneas francesas. Fue el principio del fin del imperio colonial francés en Norteamérica. Montreal cayó en 1760 y los británicos completaron la conquista de la Nueva Francia en el momento preciso en que desaparecían casi de la India los últimos vestigios del poderío francés.
Luis XV de Francia consiguió la ayuda de su pariente Borbón el rey de España contra Inglaterra; mas el apoyo español resultó ineficaz, y en 1762, las escuadras británicas se apoderaban de Cuba, de las islas Filipinas y de las posiciones francesas antillanas.
Francia fue derrotada en la lucha por el enormemente mas populoso y opulento imperio de la India. El Imperio Mogol se fue cayendo a pedazos durante la primera mitad del siglo XVIII.
Francia sufrió durante el siglo XVIII, a manos de los ingleses, una derrota más abrumadora y humillante que la que los Países Bajos sufrieron en el XVII o España en el XVI. Ambos países fueron humillados y desposeídos de todo monopolio del comercio o el imperio del mundo, pero conservaban aún colonias valiosísimas: España, en América y Filipinas; los Países Bajos, en las Indias Orientales. En cambio, Francia no sólo fue humillada, sino desposeída de casi todas sus posesiones y de la mayor parte del comercio de ultramar. Se negó a considerar sus pérdidas como definitivas; su rivalidad con Gran Bretaña continuo muchos después de 1763.
La India y América se perdieron irremisiblemente para Francia en el siglo XVII. Su comercio en la India no tardó en quedar reducido a la insignificancia ante la rica y poderos a Compañía de Indias británicas. La India francesa consiste actualmente en cinco pueblos insignificantes con un área total de 196 millas cuadradas.
Gran Bretaña adquiere la India y Australia
De los dos siglos de luchas con españoles, holandeses y franceses, surgió en 1763 Gran Bretaña como la principal potencia colonial y comercial del mundo. La superficie real de su imperio colonial era aún algo menor que la del de España y ligeramente mayor que la del de Portugal; mas su población era considerablemente mayor, y su comercio muchísimo mas floreciente.
Las posesiones ultramarinas británicas seguían, además, creciendo. Aunque sufrió revés con las sublevación de trece colonias en la costa norteamericana, seguía progresando, a fines del siglo XVIII, en Asia y en Oceanía.
La dominación inglesa progresó, sobre todo, en la India.
Al terminar la Guerra de los Siete Años, en 1763, los ingleses se encontraron libres en la India de toda competencia seria de europeos, ni comercial ni política.
Pero el imperio político británico en la India era territorialmente pequeño en 1763. Los británicos se encontraban ahora en la India con una situación interna particularmente caótica.
Clive fue el creador verdadero del imperio británico en la India y quien formuló la política a seguir para conservarlo y extenderlo. La política de Clive la continuó y mejoró Warren Hastings, otro notable funcionario de la Compañía de Indias. En 1772, fue nombrado para el gobierno de Bengala, y dos años mas tarde se le nombró primer gobernador general de todas las posesiones británicas de la India. Por vez primera quedaron así unidas las tres “presidencias”, independientes hasta entonces, de Calcuta, Madras y Bombay, en un gobierno común que dirigió Hastings hasta 1785.
No se limitó Hastings a aumentar el Imperio británico en la India, sino que mejoró y centralizó su administración; reforzó la Hacienda y el sistema policiaco, y convirtió una ocupación originariamente militar en un gobierno civil estable.
Después de Hastings hubo aún en el siglo XVIII otros dos grandes gobernadores de la Compañía de Indias que prestaron señalados servicios en la constitución del Imperio. Fue un de ellos lord Cornwallis, y el segundo fue el Marqués de Wellesley.
También fuera de la India se iba extendiendo el comercio y el poder político de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, que, en 1785, adquiría Penang y Malaca.
Simultáneamente se tomó a los holandeses (1795) Ceilán y los británicos aumentaron el número de estaciones de tránsito y posiciones fortificadas en la gran ruta marítima de Inglaterra a la India que rodeaba África. En África del Sur habían de construir ulteriormente los británicos una gran posesión.
También durante la segunda mitad del siglo XVIII echaron los británicos las semillas de otra empresa ultramarina aún más importante: la colonización de todo un continente: Australia.
Desde el siglo XVI se hablaba entre marinos y geógrafos de la existencia de un continente en el Pacífico meridional; a principios del siglo XVII un piloto portugués, llamado Pedro Fernández de Quirós, al servicio de Felipe III de España, había buscado ávidamente y llegado, casi a encontrar la “Terra australis”. Poco después, marineros holandeses de las Indias orientales tocaron y exploraron la costa occidental del continente, denominándola “Nueva Holanda”.
James Cook (1728 – 1779) en su primer viaje (1768 – 1770), visitó Taití, exploró las islas de los Amigos, costeó toda Nueva Zelanda, levantó el mapa del litoral y, encaminándose a Nueva Holanda, hizo minuciosamente el mismo trabajo en toda su costa oriental, rebautizándola como “Nueva Gales del Sur”.
En su segundo viaje (1772 – 1775), volvió a visitar Australia y Nueva Zelanda, descubrió la Nueva Caledonia y, navegando completamente en torno del hemisferio austral se convenció de que no existía continente alguno en los mares del sur –ninguna Terra Australis- aparte de lo que los holandeses llamaron Nueva Holanda y que él había rebautizado.
En su tercer viaje (1776 – 1779) volvió Cook a descubrir las islas Hawai, visitadas ya por los españoles en el siglo XVI, pero olvidadas después, y a las que dio el nombre de islas Sándwich en honor del noble inglés jefe entonces de la Armada británica.
En 1786 se organizó como territorio británico de Nueva Gales del Sur la mitad oriental de Australia, y en 1788 se estableció la primera colonia británica cerca de Botany Bay, en un punto llamado Port Jackson y que hoy se conoce con el nombre de Sydney. Estaba formada esta primera colonia por presidiarios, y Nueva Gales del Sur sirvió durante 50 años como una suerte de cárcel al aire libre para los condenados británicos. Poco a poco, comenzó a establecerse en Australia, una cantidad creciente de hombres libres emprendedores.
En Nueva Zelanda se establecieron ya misioneros protestantes ingleses en 1814, mas la inmigración de colonos británicos y la constitución de gobierno no comenzó hasta los alrededores de 1840.
Era evidente, de todos modos, a fines del siglo XVIII, que Gran Bretaña ganaba, mientras otras potencias perdían, en la carrera hacia la hegemonía comercial y dominio colonial de todo el mundo no europeo. Aunque obligada a prescindir de 13 de sus mas antiguas colonias en Norteamérica. Gran Bretaña extendía vigorosamente su dominio en el Canadá, en las Antillas, en la India, en África del Sur, en los Straits Settlements, en Australia y en las islas dispersas por mares y océanos. Gracias a la decadencia de España, Portugal, los Países Bajos y Francia, como potencias marítimas se encontraba ya en posesión de un Imperio mas rico.
Mas importante aún que el vasto Imperio terrestre que Gran Bretaña iba construyendo, era el dominio de los mares, del que se apoderaba claramente frente a sus rivales.
Con la expansión del comercio británico coincidió un asombroso desarrollo del capitalismo inglés. Al llegar el siglo XVIII suplantaba ya Londres a Ámsterdam como principal centro bancario del mundo. El Banco de Inglaterra se convirtió rápidamente en la principal institución financiera. Se fundaron numerosas Bancas particulares, como la famosa de Barclay y la de Lloyd. La “Cámara de Compensación” de Londres se organizó hacia mediados del siglo, y la Bolsa londinense, en 1773.
Gran Bretaña obtenía de sus posesiones ultramarinas y de su marina en los mares un poderío y prestigio crecientes. Los mercaderes británicos se hicieron ricos, con la consiguiente importancia social y política para ellos y para su país. Y el capitalismo británico recibió el estímulo decisivo que había de preparar el camino a la revolución industrial de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, y al desarrollo de la civilización verdaderamente contemporánea.
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