jueves, 18 de septiembre de 2008

Heys - Encubrimiento del Imperio Británico

Orígenes del capitalismo, colonias y comercio británicos

Durante el siglo XVIII, simultáneamente con la aparición de Rusia y Prusia como grandes potencias militares en el Continente, se convirtió Inglaterra (unida a Escocia como reino de Gran Bretaña) en la principal potencial comercial y colonial del mundo.
En el silgo XVI era Inglaterra una potencia de segundo orden en Europa, menos importante que Portugal o Polonia.
Fue en el siglo XVI cuando se echaron los cimientos para la ulterior hegemonía económica de Inglaterra. La confiscación en masa de las propiedades eclesiásticas y el sistema simultáneo de “cercar” (enclosing) las fincas rústicas, transformándolas en propiedad particular de los nobles, sirvieron para enriquecer a determinados ingleses y suministrar el capital para empresas exteriores (estos eran intereses nacionales). La introducción de la ética calvinista en Inglaterra y Escocia estimuló el desarrollo de un espíritu capitalista (protestantismo característicamente nacionales que facilitó el impulso emotivo y los lemas adecuados para agrupar a la masa inglesa en apoyo de sus soberanos, aventureros y capitalistas). La carencia de guerras civiles largas y ruinosas dieron a Inglaterra grandes oportunidades para consagrar sus recursos al comercio y enriquecerse.
Aunque el descubrimiento del Continente norteamericano por Cabot a fines del siglo XV hubiera sido patrocinado por el rey de Inglaterra Enrique VII, los ingleses no explotaron inmediatamente el descubrimiento.
Inglaterra comenzó su gran carrera naval en el reino de Isabel (1558 – 1603) y la empezó por la piratería, el contrabando y la trata de esclavos. Uno de los precursores fue Juan Hawkins (1532 – 1595). El segundo de los corsarios fue Francisco Drake (1545 – 1595), primo del anterior que fue nombrado en 1570 por Isabel. Adquirió fama y riquezas a costa de España, regresó en 1580 dando la segunda circunnavegación del mundo y la primera realizada por su país. Un tercer corsario y pirata fue Tomás Cavendish (1555 – 1592), que en 1586/7 realizó la tercera circunnavegación del globo.
Mas famosas fueron las proezas de los medio hermanos Humphrey Gilbert (1539 – 1583) y Walter Raleigh (1552 – 1618). Gilbert desarrolló su teoría de que se podría llegar a China y la India navegando hacia el Noroeste o el Nordeste sobre los mares polares. Aunque todos estos esfuerzos se vieron condenados al fracaso por el hielo invencible, contribuyeron a aumentar los conocimientos geográficos y a establecer la supremacía inglesa en las ricas pesquerías septentrionales, especialmente en la pesca de la ballena. Gilbert fue, en segundo lugar, el precursor de la colonización ingles. Fundó en 1583, una colonia en San Juan de Terranova.
Raleigh y Gilbert, Frobisher y Cavendish, Drake y Hawdins no son más que ejemplos destacados de una gran cantidad de ingleses que, en la segunda mitad del siglo XVI, buscaron y consiguieron grandes beneficios en las aventuras remotas. La mayor parte de tales beneficios se hicieron a costa de España y por medios tan discutibles como la piratería, el saqueo y la trata de esclavos.
Fue Inglaterra el factor principal del hundimiento del Imperio mundial y el monopolio mercantil universal españoles. Todo implicaba el que inundara a Inglaterra una riqueza nueva, que iba a pasar a manos de cortesanos y aventureros, y a fomentar el desarrollo de una clase media numerosa e influyente.
A la muerte de Isabel subió al trono de Inglaterra Jacobo VI de Escocia, con el nombre de Jacobo I (1603 – 1625), y los dos reinos británicos quedaron unidos bajo un mismo soberano. Jacobo fomentó el comercio y las colonias fuera de los territorios estrictamente españoles. Siguió la política de Isabel instalando grandes cantidades de colonos protestantes ingleses y escoceses en el norte de Irlanda (Ulster). Confirmó los privilegios concedidos por su predecesor a Compañías comerciales inglesas y autorizó otras nuevas. Indujo a extender sus operaciones por todo el creciente Imperio ruso a la Compañía de Moscovia. Durante el siglo XVII y hasta el advenimiento de Pedro el Grande, el comercio exterior de Rusia estaba casi totalmente en manos de la Compañía de Moscovia inglesa.
En los últimos años de Isabel se concedió carta de privilegio (1600) a una Compañía Inglesa de las Indias Orientales, con el fin de monopolizar, por un período de quince años, todo el comercio inglés del este del Cabo de Buena Esperanza “en lugares que no estuvieran en manos de otras potencias cristianas”. Jacobo I la confirmó en sus privilegios a perpetuidad, se convirtió en un importante manantial del poder y la riqueza ingleses en la India. Se cimentaba manifiestamente un imperio mercantil inglés en la India y Persia.
Durante el reinado de Jacobo I se instalaron también las primeras colonias inglesas permanentes en el Nuevo Mundo. Desde entonces creció rápidamente la emigración inglesa a Norteamérica.
La colonización inglesa progresó velozmente en el reinado de Carlos I (1625- 1649), hijo y sucesor de Jacobo I. Se fundaron Boston (1630), Providence y Hartford (1636), New Haven (1638), Maryland (1634) y en las Antillas: San Cristóbal y Barbados (1625), Nevis (1628), Antigua y Montserrat (1632).
Inglaterra no fue la única de las naciones europeas que trabajaron, con considerable éxito entre 1560 y 1650, por acabar con el monopolio español del comercio y la colonización ultramarinos. También Francia laboraba simultáneamente con el mismo fin y con parecido éxito.
La aparición de Francia como potencia comercial y colonial ofreció precisamente un curioso paralelo con la de Inglaterra. Lo que Cabot había sido primitivamente para Inglaterra, fueron para Francia Verrazano y Cartier. Además, en la segunda mitad del siglo XVI había piratas, corsarios, contrabandistas y aventureros franceses lo mismo que ingleses. Durante el reinado de Enrique IV, Samuel Champlain, aventurero francés, exploró la cuenca del San Lorenzo y, en 1608, fundó Québec. En 1650, se dedicaban los franceses a colonizar el Canadá y Acadia, dedicándose al comercio de pieles, a la explotación forestal y a establecer pesquerías en el norte de América y se lanzaban a empresas comerciales en el extremo Oriente y a la trata de esclavos entre África y América.
Si Francia e Inglaterra habían contribuido notoriamente a la decadencia de España, los principales beneficios parecían haber correspondido a los Países Bajos.
Comenzaron los holandeses en 1593 la trata sistemática de esclavos en la costa africana de Guinea. Una gran victoria naval conseguida en Malaca en 1606 sobre una flota mixta hispano – portuguesa, y una derrota decisiva de la restante escuadra española en Gibraltar, en 1607, hicieron a los holandeses dueños implícitos de las rutas comerciales oceánicas. El director de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales fue Juan Coen.
Entretanto, ponían también los holandeses los cimientos para el triunfo comercial y colonial en América. Al principio recurrieron, como sus contemporáneos ingleses y franceses, a la piratería, al contrabando y a la trata de esclavos con los territorios españoles y portugueses; mas no tardaron en tomar, bajo los auspicios de Compañías privilegiadas, puntos estratégicos a sus rivales o en reclamar derechos sobre terrenos no ocupados.
Para mediados del siglo XVII, los holandeses se habían convertido en los herederos principales de la hegemonía comercial de los portugueses en Asia y África, y amenazaban llegar a ser un rival muy serio de Francia e Inglaterra con respecto a la herencia de España en América. La prosperidad económica de los Países Bajos causaba la envidia de toda Europa, y Ámsterdam era el centro bancario del mundo entero.
Ello trajo aparejado el que, así como España y Portugal fueron blanco de los ataques de las otras presuntas potencias comerciales en el siglo XVI, lo fueran los Países Bajos en el XVII. La consecuencia fue una serie de guerras entre Inglaterra y los Países Bajos.
Al notable desarrollo del capitalismo en los Países Bajos y en Inglaterra se debió el que la común religión quedara en el silgo XVII subordinada a los intereses económicos, y el que estallaran guerras entre ambos países.
Las hostilidades comenzaron, al cabo en 1651, cuando el gobierno inglés, presidido por Oliverio Cromwell, promulgó una ley especial de navegación que limitaba el comercio inglés a los buques de su nacionalidad, prohibiendo, por lo tanto, a los holandeses comerciar directamente con Inglaterra.
La primera guerra angloholandesa (1652 – 1654), los ingleses sufrieron derrotas y algunas victorias y por el Tratado de Westminster (1654) consiguieron de los Países Bajos una factoría comercial en las islas de las Especies y una indemnización por la “matanza de Amboina” (en 1623, los colonos y mercaderes ingleses de la isla de Amboina fueron aniquilados por una escuadra holandesa).
En la segunda guerra angloholandesa (1665 – 1667), los ingleses tomaron Nueva Ámsterdam, la rebautizaron con el nombre de Nueva York en honor del duque de este título (heredero del trono inglés) y consiguieron su cesión permanente por el tratado de Breda (1667).
La tercera guerra angloholandesa /1672 – 1674) se combinó con el ataque de Luis XIV de Francia contra los Países Bajos. El rey inglés de la época, Carlos II, estaba aliado con Luis XIV.
Durante el resto del reinado de Carlos II y en todo el de su hermano y sucesor Jacobo II (1685 – 1688), Inglaterra desarrolló una política vacilante entre los Países Bajos y Francia. En 1688, se admitía ya en general, en Inglaterra, que había pasado el período de crecimiento activo de los imperios ultramarinos, no sólo de España y Portugal, sino también de los Países Bajos, y que la futura competencia por el dominio y riquezas del mundo se desarrollaría entre aquélla y Francia. La contienda anglofrancesa comenzó en 1689 y duró, con intermitencias, a través de todos el siglo XVIII.


Rivalidad anglofrancesa

Inglaterra y Francia sembraron colonias ultramarinas en la primera mitad del siglo XVII. Durante la segunda siguieron ambas desarrollando y fomentando ambiciones comerciales y coloniales, de modo que al llegar el año 1689, factorías y dominios rivales se encontraban frente a frente en Norteamérica, en las Antillas, en África y en la India.
Hasta entonces las factorías africanas eran simples estaciones de tránsito para el comercio de oro en polvo, marfil, cera y, principalmente, esclavos negros. La lucha verdadera en torno a África no había de llegar hasta los siglos XIX y XX.
De atractivo aún mayor era para Francia e Inglaterra la India asiática, que, a diferencia de América o África, ofrecía campo más favorable para el comercio que para la colonización o la conquista; pues ocurría que la fertilidad y extensión de la India se explotaban al máximo para sostener a una población de doscientos millones.
Gobernaba a la India en el siglo XVII una dinastía de emperadores musulmanes llamados mogoles. La mayoría de la población conservaba su antigua religión hindú, con sus capas sociales o castas y su lengua y costumbres características. No les fue posible a los conquistadores musulmanes establecer sobre un país como la India, dividido en muchas regiones, mas que una soberanía bastante laxa. Esta funesta debilidad del Gran Mogol permitió a los mercaderes europeos, que en el siglo XVII buscaban su favor y protección, convertirse en el XVIII en sus amos.
En 1689, aunque Francia llegara tarde a la competencia colonial, consiguió bastante bien lograr ser un rival formidable para Inglaterra. La gran contienda por la hegemonía no se había de decidir, sin embargo, por la justicia de los derechos a la antigüedad de las fundaciones, sino por el poder combativo de los contrincantes.
El poderío marítimo de Inglaterra aumentaba con más regularidad que el de Francia. Los ingleses tenían una inclinación natural al mar por el hecho mismo de ser insulares, y desde la época de la “Invencible”, su más patriótica vanagloria fueron las proezas de sus marinos. El primer gran almirante inglés fue Robert Blake.
También las leyes navales (1651 – 1660), al excluir a los buques extranjeros del tráfico entre Gran Bretaña y sus colonias, si bien disminuyeron el volumen del comercio, trajeron aparejada una prosperidad indudable de los armadores ingleses.
En conjunto, la política colonial francesa parecía decididamente superior. Luis XIV se encargó de toda la “Nueva Francia” como si fuera una provincia francesa, y los franceses podías presentar un frente compacto contra las colonias inglesas, divididas y discordantes. Durante el mando de Golbert (gran ministro mercantilista de Luis XIV), el número de colonos franceses en América aumentó un 300% en 20 años.
Los franceses tuvieron, además, en la India y en América un éxito casi constante en ganarse la confianza y amistad de los indígenas, mientras que los ingleses estaban frecuentemente en guerra, por lo menos con los pieles rojas.
Tenían los ingleses, sin embargo, gran ventaja en cuanto al número de sus colonos.
La rivalidad comercial y colonial no podría hacer llegar a las manos de Francia y Gran Bretaña mientras los reyes Estuardo esperasen de Luis XIV amistosa ayuda para la instauración del absolutismo y el resurgimiento del catolicismo en Inglaterra. En 1689, el rey Jacobo II fue destronado y desterrado; el Parlamento se impuso y se concedió la corona británica al yerno de Jacobo II, Guillermo III, príncipe de Orange. Estatúder de los Países Bajos holandeses, protestante auténtico y archienemigo de Luis XIV. El advenimiento de Guillermo III implicaba la coalición de Inglaterra y los Países Bajos contra Francia.
La Liga de Augsburgo estaba formada por Inglaterra, Países Bajos, Sacro Imperio Romano, los reyes de España y Suecia y los electores de Baviera, Sajonia y el Palatinado. La Liga sostuvo la guerra contra Luis XIV desde 1689 a 1697.
La guerra de la Liga de Augsburgo tuvo su duplicado en la titulada “Guerra del rey Guillermo”, entre los colonos americanos de Inglaterra y Francia, los colonos de Nueva Inglaterra ayudaron a la toma (1690) de la fortaleza francesa de Port Royal en Acadia (Nueva Escocia), y en un infructuoso ataque a Québec. Fue muy importante el papel de los indios.
El conflicto se interrru7mpió con el Tratado de Ryswick (1697), con arreglo al cual Luis XIV se comprometió a no oponerse a los derechos de Gu7illermo al trono de Inglaterra, y se devolvieron todas las conquistas coloniales, incluso Port Royal.
A los cinco años se hundía Europa en la Guerra de Sucesión española (1702 – 1713). El rey Guillermo formaba una gran alianza con el emperrado Habsburgo y otros soberanos europeos para impedir que un nieto de Luis, Felipe, heredara las coronas españolas, pues si Francia y España se unían bajo la dinastía Borbón, sus ejércitos aterrarían a Europa, sus imperios coloniales reunidos cercarían y, tal vez, se tragarían las colonias británicas; y sus escuadras combinadas acaso expulsaran de los mares a los ingleses. Estaban éstos, además, furiosos de ver que Luis XIV, a la muerte de Jacobo II (1701), reconocía públicamente al hijo católico del Estuardo desterrado como Jacobo III, rey de Inglaterra.
Las cláusulas principales del Tratado de Utrecht (1713) son:
1. se permitía a los Borbones franceses pasar a reinar en España, a condición de no unirse jamás, las colonias de Francia y España se podían considerar como un enorme Imperio Borbónico;
2. se confirmaba a Gran Bretaña en la posesión de Acadia, que fue rebautizada con el nombre de Nueva Escocia y Francia renunciaba a sus pretensiones sobre la bahía de Hudson, Terranova y la isla de Saint Kitts en las Antillas;
3. Gran Bretaña obtenía de España la isla de Menorca y la pétrea fortaleza de Gibraltar;
4. de mayor valor inmediato para Gran Bretaña eran las concesiones comerciales, llamadas el “Asiento”, que le hizo España (1713).

Antes del “Asiento”, el comercio británico con las posesiones españolas de América era ilegal, el ”Asiento” concedía a Gran Bretaña los derechos exclusivos para el suministro de esclavos negros a la América española durante 30 años. Se siguió prohibiendo a los ingleses vender otros artículos en los dominios del rey de España.
A la peligrosa rivalidad entre los colonos y mercaderes británicos y franceses en América y la India, durante los 30 años que siguieron al tratado de Utrech, se agregaron las continuas disputas a que dio lugar el “Asiento” concertado en 1713 entre Gran Bretaña y Francia. Los mercaderes británicos contaban la historia de sus agravios contra las autoridades españolas. Ante la agitación popular que produjeron estos incidentes, el pacifista Primer Ministro de la época, sir Roberto Walpole, no pudo impedir que sus compatriotas declarasen la guerra a España.
De este modo se reanudó en 1739, la guerra colonial y comercial en una contienda conocida generalmente con el nombre de la “Guerra de la oreja de Jenkins” (debido a un cuento del Capitán Jenkins que decía haber sido atacado por españoles, saqueándolo y cortándole la oreja). Esto fue el preludio de la reanudación de hostilidades en gran escala entre Francia y Gran Bretaña.
Francia y Gran Bretaña firmaron el Tratado de Aquisgrán (1748), en virtud del cual había que devolver todas las conquistas, incluso Madras y Luisburgo. En lo que concierne a España, Gran Bretaña renunció en 1750 a los privilegios del “Asiento”, a cambio de una indemnización de 100.000 libras esterlinas.


Victoria de Gran Bretaña sobre Francia

La guerra decisiva se desarrollo entre 1754 y 1763. Perdió Francia.
La causa inmediata de la “Guerra con franceses e indios” fue una disputa por la posesión de la cuenca del Ohío. Los ingleses habían organizado ya una compañía en Ohío (1749) para colonizar la cuenca, mas no advirtieron del todo la urgente necesitad de obrar hasta que los franceses comenzaron la construcción de una línea de fuertes en la Pensilvania occidental. La guarnición inglesa fue derrotada.
Los ingleses se contentaron con construir fuertes. Mientras los franceses hacían otro tanto.
En 1756, el mejor aliado de Gran Bretaña, Federico el Grande, fue derrotado en Europa; una escuadra inglesa lo fue en el Mediterráneo; los franceses tomaron la isla de Menorca; y fracasó un ataque británico contra la fortaleza francesa de Luisburgo.
En 1757 se imprimió a la guerra nuevo impulso por parte de los ingleses principalmente, a causa de la entrada en el gabinete de William Pitt (el Mayor). Estaba éste decidido a excitar a todos los súbditos británicos a luchar por su país.
No contentos con haber tomado las amenazadoras avanzadas francesas, los británicos se lanzaron seguidamente contra los baluartes centrales de los franceses. El general Wolfe (inglés) toma Québec.
Durante algún tiempo pareció que las fuerzas de los ingleses iban a ser vencidas, pero una descarga bien dirigida y una carga impetuosa introdujeron el desorden en las líneas francesas. Fue el principio del fin del imperio colonial francés en Norteamérica. Montreal cayó en 1760 y los británicos completaron la conquista de la Nueva Francia en el momento preciso en que desaparecían casi de la India los últimos vestigios del poderío francés.
Luis XV de Francia consiguió la ayuda de su pariente Borbón el rey de España contra Inglaterra; mas el apoyo español resultó ineficaz, y en 1762, las escuadras británicas se apoderaban de Cuba, de las islas Filipinas y de las posiciones francesas antillanas.
Francia fue derrotada en la lucha por el enormemente mas populoso y opulento imperio de la India. El Imperio Mogol se fue cayendo a pedazos durante la primera mitad del siglo XVIII.
Francia sufrió durante el siglo XVIII, a manos de los ingleses, una derrota más abrumadora y humillante que la que los Países Bajos sufrieron en el XVII o España en el XVI. Ambos países fueron humillados y desposeídos de todo monopolio del comercio o el imperio del mundo, pero conservaban aún colonias valiosísimas: España, en América y Filipinas; los Países Bajos, en las Indias Orientales. En cambio, Francia no sólo fue humillada, sino desposeída de casi todas sus posesiones y de la mayor parte del comercio de ultramar. Se negó a considerar sus pérdidas como definitivas; su rivalidad con Gran Bretaña continuo muchos después de 1763.
La India y América se perdieron irremisiblemente para Francia en el siglo XVII. Su comercio en la India no tardó en quedar reducido a la insignificancia ante la rica y poderos a Compañía de Indias británicas. La India francesa consiste actualmente en cinco pueblos insignificantes con un área total de 196 millas cuadradas.


Gran Bretaña adquiere la India y Australia

De los dos siglos de luchas con españoles, holandeses y franceses, surgió en 1763 Gran Bretaña como la principal potencia colonial y comercial del mundo. La superficie real de su imperio colonial era aún algo menor que la del de España y ligeramente mayor que la del de Portugal; mas su población era considerablemente mayor, y su comercio muchísimo mas floreciente.
Las posesiones ultramarinas británicas seguían, además, creciendo. Aunque sufrió revés con las sublevación de trece colonias en la costa norteamericana, seguía progresando, a fines del siglo XVIII, en Asia y en Oceanía.
La dominación inglesa progresó, sobre todo, en la India.
Al terminar la Guerra de los Siete Años, en 1763, los ingleses se encontraron libres en la India de toda competencia seria de europeos, ni comercial ni política.
Pero el imperio político británico en la India era territorialmente pequeño en 1763. Los británicos se encontraban ahora en la India con una situación interna particularmente caótica.
Clive fue el creador verdadero del imperio británico en la India y quien formuló la política a seguir para conservarlo y extenderlo. La política de Clive la continuó y mejoró Warren Hastings, otro notable funcionario de la Compañía de Indias. En 1772, fue nombrado para el gobierno de Bengala, y dos años mas tarde se le nombró primer gobernador general de todas las posesiones británicas de la India. Por vez primera quedaron así unidas las tres “presidencias”, independientes hasta entonces, de Calcuta, Madras y Bombay, en un gobierno común que dirigió Hastings hasta 1785.
No se limitó Hastings a aumentar el Imperio británico en la India, sino que mejoró y centralizó su administración; reforzó la Hacienda y el sistema policiaco, y convirtió una ocupación originariamente militar en un gobierno civil estable.
Después de Hastings hubo aún en el siglo XVIII otros dos grandes gobernadores de la Compañía de Indias que prestaron señalados servicios en la constitución del Imperio. Fue un de ellos lord Cornwallis, y el segundo fue el Marqués de Wellesley.
También fuera de la India se iba extendiendo el comercio y el poder político de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, que, en 1785, adquiría Penang y Malaca.
Simultáneamente se tomó a los holandeses (1795) Ceilán y los británicos aumentaron el número de estaciones de tránsito y posiciones fortificadas en la gran ruta marítima de Inglaterra a la India que rodeaba África. En África del Sur habían de construir ulteriormente los británicos una gran posesión.
También durante la segunda mitad del siglo XVIII echaron los británicos las semillas de otra empresa ultramarina aún más importante: la colonización de todo un continente: Australia.
Desde el siglo XVI se hablaba entre marinos y geógrafos de la existencia de un continente en el Pacífico meridional; a principios del siglo XVII un piloto portugués, llamado Pedro Fernández de Quirós, al servicio de Felipe III de España, había buscado ávidamente y llegado, casi a encontrar la “Terra australis”. Poco después, marineros holandeses de las Indias orientales tocaron y exploraron la costa occidental del continente, denominándola “Nueva Holanda”.
James Cook (1728 – 1779) en su primer viaje (1768 – 1770), visitó Taití, exploró las islas de los Amigos, costeó toda Nueva Zelanda, levantó el mapa del litoral y, encaminándose a Nueva Holanda, hizo minuciosamente el mismo trabajo en toda su costa oriental, rebautizándola como “Nueva Gales del Sur”.
En su segundo viaje (1772 – 1775), volvió a visitar Australia y Nueva Zelanda, descubrió la Nueva Caledonia y, navegando completamente en torno del hemisferio austral se convenció de que no existía continente alguno en los mares del sur –ninguna Terra Australis- aparte de lo que los holandeses llamaron Nueva Holanda y que él había rebautizado.
En su tercer viaje (1776 – 1779) volvió Cook a descubrir las islas Hawai, visitadas ya por los españoles en el siglo XVI, pero olvidadas después, y a las que dio el nombre de islas Sándwich en honor del noble inglés jefe entonces de la Armada británica.
En 1786 se organizó como territorio británico de Nueva Gales del Sur la mitad oriental de Australia, y en 1788 se estableció la primera colonia británica cerca de Botany Bay, en un punto llamado Port Jackson y que hoy se conoce con el nombre de Sydney. Estaba formada esta primera colonia por presidiarios, y Nueva Gales del Sur sirvió durante 50 años como una suerte de cárcel al aire libre para los condenados británicos. Poco a poco, comenzó a establecerse en Australia, una cantidad creciente de hombres libres emprendedores.
En Nueva Zelanda se establecieron ya misioneros protestantes ingleses en 1814, mas la inmigración de colonos británicos y la constitución de gobierno no comenzó hasta los alrededores de 1840.
Era evidente, de todos modos, a fines del siglo XVIII, que Gran Bretaña ganaba, mientras otras potencias perdían, en la carrera hacia la hegemonía comercial y dominio colonial de todo el mundo no europeo. Aunque obligada a prescindir de 13 de sus mas antiguas colonias en Norteamérica. Gran Bretaña extendía vigorosamente su dominio en el Canadá, en las Antillas, en la India, en África del Sur, en los Straits Settlements, en Australia y en las islas dispersas por mares y océanos. Gracias a la decadencia de España, Portugal, los Países Bajos y Francia, como potencias marítimas se encontraba ya en posesión de un Imperio mas rico.
Mas importante aún que el vasto Imperio terrestre que Gran Bretaña iba construyendo, era el dominio de los mares, del que se apoderaba claramente frente a sus rivales.
Con la expansión del comercio británico coincidió un asombroso desarrollo del capitalismo inglés. Al llegar el siglo XVIII suplantaba ya Londres a Ámsterdam como principal centro bancario del mundo. El Banco de Inglaterra se convirtió rápidamente en la principal institución financiera. Se fundaron numerosas Bancas particulares, como la famosa de Barclay y la de Lloyd. La “Cámara de Compensación” de Londres se organizó hacia mediados del siglo, y la Bolsa londinense, en 1773.
Gran Bretaña obtenía de sus posesiones ultramarinas y de su marina en los mares un poderío y prestigio crecientes. Los mercaderes británicos se hicieron ricos, con la consiguiente importancia social y política para ellos y para su país. Y el capitalismo británico recibió el estímulo decisivo que había de preparar el camino a la revolución industrial de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, y al desarrollo de la civilización verdaderamente contemporánea.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Heys . Expansión económica

  1. La agricultura europea a principios del siglo XVI.

Al comenzar el siglo XVI no sufrieron cambio alguno notable los fundamentos de la sociedad europea, que siguió apoyándose, como lo hizo inmemorables siglos, en la agricultura. La gente seguía contando su riqueza y posición social por la extensión de tierra laborable que poseyera. La agricultura seguía siendo la ocupación de la inmensa mayoría de los habitantes de los Estados europeos. Las “masas” vivían en el campo, no en la ciudad.

Era seguro encontrar a la población rural netamente dividida en dos clases sociales: nobles y campesinos. Comprendía la nobleza las familias que se ganaban la vida de la tierra sin prestar un trabajo manual. Tenían sobre la tierra un dominio feudal.

Por el XVI las ulteriores generaciones de nobles no servían ya de la manera tradicional al rey, al país ni a los villanos, aunque continuaran disfrutando, por derecho de herencia, de los ingresos económicos y de la posición social que sus antepasados conquistaron. La nobleza se sentía atraída cada vez más hacia una vida de diversiones y molicie en las cortes regias.

Los campesinos, siendo villanos de nacimiento, eran considerados socialmente inferiores, estúpidos y groseros. (AH BUE!, Ves Chicho?? Hay que leer libros!! Esto es ilustrarse, joder!)

La servidumbre había tendido a desaparecer gradualmente de la Europa occidental, en tanto que se intensificaba, por otra parte, durante los siglos XVI y XVII, en Prusia, Hungría, Polonia y Rusia.

Hacia fines de la Edad Media, a consecuencia de las Cruzadas y guerras civiles, y de la aparición de las monarquías nacionales, así como de las “pestes”, simultáneamente mortales para hombres y animales, apareció un profundo cambio agrícola muy notorio ya hacia el 1500. Iba desapareciendo el feudalismo. Los nobles, en lugar de labrar sus propios señoríos con los servicios habituales y tradicionales de los siervos, se iban convirtiendo en rentistas; empezaban a considerar sus fincas como empresas capitalistas y a esperar de ellas no sólo el sostenimiento, sin beneficios. Implicaba esto el que buen número de los campesinos se fueran convirtiendo en renteros libres, arrendatarios o labradores asalariados. (Nota de la casa: ya no son estúpidos, sino vivos... esta es la historiografía del futuro carajo!!)

Mientras los labradores más prósperos se convertían en colonos, muchos de sus vecinos más pobres estaban dispuestos a renunciar a todo derecho a sus pequeños terrenos y dedicar su tiempo íntegro a trabajar por un salario fijo las tierras que el noble cultivaba para él mismo. Así, se iba formando un grupo de labradores asalariados que no tenían derecho a más tierra que aquella en que se alzaban sus chozas miserables y acaso sus pequeños huertecillos.

Aparte de éstos y los colonos, iba apareciendo un tercer grupo de labradores en lugares en los que el noble propietario no gustaba de ocuparse en dirigir el cultivo de sus tierras. En estos casos la parcelaba entre campesinos determinados, suministrándoles ganado y un arado, y exigiendo, en cambio, una proporción fija de los productos.

Al llegar el siglo XVI las antiguas obligaciones de la servidumbre resultaron acerbas para el campesino y demasiado poco provechosas para el noble.

La emancipación no había librado en modo alguno a los campesinos de la Europa Occidental de las trabas que como siervos hubieran de sufrir.

El sistema señorial perduró, en otro aspecto, mucho después de comenzar la decadencia de la servidumbre, en los métodos de cultivo. Los toscos sistemas de cultivo y los fuertes tributos que exigía el señor debían de dejar a los labradores muy poco para sí mismos.

Había un sitio en el que el noble y el campesino se encontraban en condiciones de igualdad: la iglesia del lugar. El cura de la aldea, a menudo, de humilde cuna también, era a un tiempo amigo y protector del pobre y director espiritual del señor. En las demás ocasiones no había gran cosa que viniera a perturbar la monotonía de su vida rural. No eran indispensables las relaciones con otros lugarejos. La Europa de aquellos tiempos carecía casi de caminos. El magnífico sistema de las antiguas calzadas romanas estaba destruido. Las comunicaciones a larga distancia resultaban, por tanto, difíciles e inseguras; el transporte de gran volumen sólo era posible por vía fluvial o marítima.

Aisladas del mundo exterior y bastándose a sí mismas, las aldeas perduraban siglo tras siglo conservando sus costumbres antiguas y atesorando sus tradiciones. La campiña desconfiaba instintivamente de todas las novedades; prefería las costumbres antiguas a las nuevas; era profundamente conservadora.

2. Ciudades y comercio europeos a principios del siglo XVI.

Aparte de las opulentas ciudades-estado italianas y algunas otras, cuya historia databa de las épocas griegas y romanas, la mayor parte de las europeas no procedían sino de fines del a Edad Media. Al llegar el siglo XVI muchas ciudades habían salido ya de su infancia y disfrutaban de considerable influencia económica y política.

En los nacientes Estados nacionales, los monarcas favorecían habitualmente a las ciudades para combatir al feudalismo, y los ciudadanos se convirtieron, naturalmente, en fervientes partidarios de una fuerte monarquía nacional.

En la mayor parte de las ciudades europeas del año 1500, existía de mucho tiempo atrás una organización urbana típica, denominada gremio o asociación de mercaderes. Estaban en todas partes en decadencia, pero conservaban aún muchas de sus primitivas y más gloriosas tradiciones. Fueron éstos particularmente eficaces como organización protectora: consiguieron hacer frente al “señor”, que insistía en reclamar sus derechos feudales sobre la ciudad. Para fomentar los negocios del gremio, a veces era conveniente pactar convenios especiales con ciudades vecinas. La función más importante de los gremios estribaba en la ordenación del mercado propio. No se permitía sacar de la ciudad mercancía alguna que los habitantes estuvieran dispuestos a adquirir, y todas las que entraban en ella habían de pagar un impuesto. Los síndicos nombrados por el gremio para vigilar el mercado, trataban de impedir como prácticas ilícitas el “acopio” comprar fuera del mercado, el “monopolio”, y la “reventa”.

Al sobrevenir la expansión del comercio y la industria en los siglos XIV y XV, el gobierno de los antiguos gremios de mercaderes quedó limitado, se hizo arbitrario o pasó a ser simplemente nominal. En aquellos lugares, en que los gremios de mercaderes se convirtieron en asociaciones oligárquicas, perdieron su ascendiente ante la sublevación de los “gremios de artesanos” más democráticos. Estos gremios salieron a la luz en los siglos XIII y XIV, y fueron algunas veces, como en Alemania, producto de un levantamiento popular contra los gremios corruptos y oligárquicos de los mercaderes; y otras trabajaban en perfecta armonía con ellos. Más, a diferencia de los gremios de mercaderes, el de artesanos se formaba con el personal de una sola industria, y manejaba en detalle la fabricación y la venta de los artículos. El aprendizaje de un oficio procede de una costumbre de estos gremios de artesanos, que sobrevivió a su desaparición. El aprendizaje se proponía conseguir que fueran enseñados debidamente los aspirantes a un oficio.

Los gremios de artesanos sufrían, al llegar el siglo XVI, diversas enfermedades internas que minaban gradualmente su vitalidad. Tendían a hacerse monopolizadores y a encauzar su poder y riqueza por surcos hereditarios. Muchos gremios mostraban una tendencia a dividirse, en cierto modo, según las líneas modernas de capital y trabajo.

Los gremios de artesanos habían de seguir disfrutando de influencia durante algún tiempo, a despecho de todas sus imperfecciones, para ir decayendo lentamente a medida que surgían nuevos oficios que escapaban a su intervención; sucumbiendo gradualmente a la competencia con capitalistas, que se negaban a someterse a las ordenanzas del gremio y habían de desarrollar un nuevo sistema de “artesanía”; y sufriendo, finalmente, en las monarquías tradicionales, la lenta disminución de prestigio que la intervención real implicaba.

Hay que tener en cuenta que las ciudades europeas del 1500 eran relativamente pequeñas, una ciudad de 5000 habitantes se tenía por grande entonces; y aún las mayores, como París, Londres, Sevilla, Venecia, Lubeck y Brujas tenían poblaciones de menos de cien mil habitantes. Habitualmente la ciudad estaba cercada por fuertes murallas y no se podía entrar más que pasando por las puertas. Las vías (calles) solían estar en deplorable estado. No existía alcantarillado general en la ciudad, sino tampoco conducción publica de aguas.

A pesar del relativo atraso y desaliño de las ciudades, sus habitantes (la burguesía, más bien que el paisanaje o la nobleza) fueron quienes estaban echando ya los cimientos de la sociedad predominantemente burguesa de los tiempos modernos. Crecían las ciudades, se extendía su comercio, sus fabricantes se hacían más peritos y sus mercaderes más emprendedores; empezaba a buscar nuevas y remotas fuentes de riqueza y a establecer el régimen del capitalismo moderno.

La revolución económica, manifiesta ya en el siglo XVI, no fue un levantamiento brusco. Se había ido desarrollando subrepticiamente con el comercio renaciente de fines de la Edad Media, dentro de Europa, y entre ésta y Asia. Por su situación favorable, los armadores de Venecia, Génova y Pisa se vieron enriquecidos por los barcos italianos que iban y venían a Tierra Santa. Las cruzadas no sólo permitieron a los mercaderes italianos traer a Occidente artículos orientales, sino que aumentaron la demanda de los mismos. Estas mercaderías eran en primer lugar, especias: canela, jengibre, nuez moscada, clavo pimienta. Las especias eran lo más indicado para prestar incentivo a la alimentación monótona y sencilla que se llevaba en ese tiempo, y el epicúreo del siglo XVI se hubiera considerado verdaderamente desdichado sin ellas.

Existía entonces, como siempre, gran demanda de piedras preciosas para el adorno personal y la decoración de relicarios y vestiduras eclesiásticas. Oriente no sólo era un emporio de especias, joyas y medicamentos, sino la fábrica de artículos y mercancías de maravillosa delicadeza, con las que Occidente no podía rivalizar: vidrios, porcelanas, sedas, rasos, alfombras, tapices y metal repujado.

A cambio de los múltiples productos de Oriente, Europa sólo podía dar el paño burdo de lana, arsénico, antimonio, mercurio, estaño, cobre plomo y coral; y había siempre, por tanto, una diferencia para el mercader europeo, que tenía que pagar en plata y oro, con lo que las monedas de estos metales empezaron a escasear en Occidente.

Desde Italia, las rutas comerciales llevaban, a través del os desfiladeros de los Alpes, a todas las partes de Europa. Los caminos eran tan malos que había que transportar la mercadería a lomo, en lugar de carros. Los puentes eran escasos, por lo que viajar no era sólo penoso sino también caro. Además, los ladrones infestaban los caminos y los mares los piratas.

A despecho de obstáculos casi insuperables, el comercio se extendía notablemente por Europa. Al frente de él aparecían las repúblicas italianas, especialmente Venecia; la Liga de las ciudades alemanas y las ciudades de los Países Bajos, especialmente Brujas y Amberes. Fueron las ciudades de los Países Bajos las únicas que mostraron una vitalidad comercial duradera y, al consolidar su posición bajo los príncipes de la casa de Habsburgo en el XVI, se hizo patente que el centro de gravedad del comercio y la industria europeos se iba trasladando, gradualmente, desde el Mediterráneo y el Báltico, a la costa atlántica.

El desarrollo de fuertes monarquías nacionales en la Europa occidental, que coincidió con este traslado, lo apresuró indudablemente. Las monarquías nacionales de la costa atlántica se dedicaban a combatir el feudalismo y fomentar la burguesía, y por razón de la expansión territorial t el gobierno centralizado se hallaban en mejor posición para proteger y aumentar el comercio de sus ciudadanos burgueses, castigar a los piratas y bandoleros, conservar los caminos y reprimir los excesos de peaje y portazgos.

5. Origen del capitalismo moderno.

Una de las consecuencias más significativas de la expansión de Europa en el siglo XVI fue el estímulo que constituyó para la aparición del capitalismo en ella.

El “capitalismo” se ha definido como “la organización en gran escala de los negocios por un patrono o sociedad de patronos que, poseyendo reservas acumuladas de riqueza (capital), pueden adquirir con ellas materias primas y herramientas, y contratar mano de obra, de modo que produzcan una mayor cantidad de riqueza, que constituye el beneficio”.

Hacia fines de la Edad Media, ocurrió en Europa un cambio gradual y casi imperceptible, contribuyeron a él las Cruzadas, el desarrollo y la extensión del comercio, el progreso de las ciudades y la consolidación de las monarquías nacionales.

El nuevo espíritu capitalista se manifestaba, sobre todo, en las ciudades. Algunas gentes de los gremios lograron acumular fortunas personales. A las ciudades llegaba, además, gentes que no tenían relación con los gremios tradicionales y utilizaban su independencia para acumular personales fortunas. Todos estos grupos empleaban sus “ahorros” o “capital” en el fomento del comercio, y a medida que éste se extendía crecían las ciudades, aumentando con ello el valor de sus terrenos, con lo que los propietarios añadían esta “plusvalía” a su capital.

Las ciudades italianas fueron las que más se beneficiaron con la expansión del comercio que coincidió con las Cruzadas y las siguió inmediatamente, y en ellas fue donde primero se dio forma a uno de los grandes recursos del capitalismo moderno: la Banca. En Florencia, se encuentra la familia más famosa de banqueros, los Médicis. El capitalismo género Médicis del 1500 no hubiera podido, sin embargo, llegar a transformarse en el gigantesco capitalismo actual si hubiera seguido apoyándose principal o únicamente en Europa. En una palabra, Europa en el 1500 carecía de la a clase trabajadora fabril, la maquinaria industrial, los recursos naturales y los tesoros financieros que requería el ulterior desarrollo del capitalismo.

Por sus nuevas relaciones del siglo XVI con el resto del mundo consiguió Europa en gran medida lo que le faltaba en su Continente. Lo que apresuró y acentuó la aparición del capitalismo en la Europa Moderna fue la dominación de Asia, África y América. El único factor del capitalismo posterior que le faltaba aún en el 1500, y que Europa no recibió de otros continentes, era la maquinaria industrial para la rápida producción en masa de artículos. Los beneficios que llovían sobre Europa de tales fuentes se completaban con el empleo, sobre todo en América, de un método de trabajo enteramente distinto del tradicional dentro de Europa.

Las nuevas bases de trabajo ultramarinas tenían un nombre: esclavitud. Los españoles y portugueses llegaron a someter casi a la esclavitud a los indígenas. Más tarde, cuando, incitados por sacerdotes y frailes humanitarios, trataron los monarcas nacionales de proteger a los indios y fomentar su conversión al cristianismo, más bien que su exterminio, los colonos echaron mano de los negros como esclavos.

Desde mediados del XV venían ya los portugueses aprendiendo de los moros musulmanes que se podía comprar o coger y utilizar como esclavos a los negros africanos, y habían empezado a utilizar sus factorías de África como centros para la “trata”.

A primera vista podría parecer que España y Portugal, descubridores en ultramar de la exploración, colonización, comercio, saqueo y esclavitud, habían de amasar reservas enormes de capital y acabar siendo los dictadores financieros de toda Europa. No ocurrió realmente así. En realidad fue sólo una pequeña minoría de españoles y portugueses, y principalmente entre la burguesía, la que se interesó directamente en remotas empresas comerciales y coloniales. Las masas de dichas naciones, comprendiendo en ellas nobles y campesinos, siguieron consagradas a la agricultura, y especialmente a la producción de lana.

Los monarcas y empresarios de España y Portugal recurrieron a la Banca extranjera para los capitales necesarios en sus empresas ultramarinas, con lo que los beneficios de tales inversiones iban a parar a los extranjeros más que a españoles y portugueses. Los banqueros italianos facilitaban los capitales, mas al avanzar el siglo, el predominio bancario pasó a los alemanes y holandeses. Con la decadencia del comercio veneciano, sus manufacturas decayeron también. Y, de este modo, la Banca italiana se vio privada de recursos suficientes con los que poder aprovechar las crecientes oportunidades de invertir capital en empresas ultramarinas.

Por otra parte, los banqueros de Alemania y del os Países Bajos estaban en situación de facilitar el necesario capital y cosechar los pingues beneficios consiguientes. Los mercaderes de estos países no habían sufrido desventaja alguna por el avance de los consabidos turcos. No eran tampoco rivales de los portugueses o españoles; no tenían rutas propias comerciales para el extremo Oriente. En otros términos, los italianos se quedaban en la calle; mientras españoles y portugueses los suplantaban como importadores de mercancías ultramarinas, los alemanes y holandeses los rebasaban como principales fabricantes, mercaderes y banqueros de Europa.

La razón de Estado contribuía, además, a estrechar las relaciones económicas entre España y Alemania. El nieto de los Reyes Católicos no era sólo rey de España, sino también señor de los Países Bajos y emperador Sacro Romano sobre todos los estados alemanes. El crecimiento consiguiente del capitalismo en Alemania se denota bien en la suerte de la familia Fugger. Éstos dándose cuenta del traslado del centro de gravedad comercial desde el Mediterráneo y la Europa central a la costa del Atlántico, habían establecido una sucursal de su negocio bancario en el puerto de Amberes, en los Países Bajos. En Amberes aparecieron muchas de las instituciones del capitalismo moderno. Allí se estableció la primera “Bolsa”. El seguro de vida empezó a usarse, lo mismo el seguro de buques y cargamentos.

Si bien los mayores beneficios capitalistas de la expansión económica de Europa en el siglo XVI pasaron pronto de España y Portugal a Alemania y los Países Bajos, parte apreciable de ellos no tardó en distribuirse, a través de “Bolsas” como la de Amberes, entre mercaderes, fabricantes y prestamistas de Francia, Inglaterra y Escandinavia.

El rápido crecimiento del capitalismo tuvo profundas consecuencias en las condiciones sociales tradicionales y en las instituciones de Europa. Infirió rudo golpe a la agricultura medieval y al sistema de “señoríos”. Además revolucionó la industria europea. Los gremios medievales, ya en decadencia, desaparecieron en gran parte. Resultaban demasiado locales y demasiado angostos para hacer frente al suministro universal de primeras materias y a la demanda mundial de artículos manufacturados. Apareció fuera de los gremios una nueva forma de organización productora y distribuidora (el llamado sistema industrial “doméstico” y de “despacho”), en la que un “intermedio capitalista adquiría las primeras materias, las repartía a los artesanos para que las trabajaran en casa por un salario, y vendía luego el producto terminado por cuanto podía sacar. Los antiguos gremios se vieron obligados a cambiar de política o someterse a una competencia ruinosa.

A medida que se hacía más distinta la línea de separación entre el capital y el trabajo, la “riqueza nacional” empezó a constituir un motivo de preocupación para los monarcas de la Europa occidental. Tanto capitalistas como trabajadores se acostumbraban a buscar apoyo y protección más en sus respectivos gobiernos nacionales que en su ciudad o provincia. En otras palabras: la expansión del comercio y la aparición del capitalismo apresuraron enormemente el nacimiento de una conciencia nacional y condujeron a la adopción de una política mercantil nacional.

La novedad en el mercantilismo del siglo XVI consistió en extenderlo de la ciudad a la nación y en trasladar su principal medio de acción del gremio local al monarca nacional. Bajo la política económica o “mercantilismo”, la aspiración principal de los Estados nacionales estribaba en conservar tanto oro y plata como fuera posible, lo mismo en el Tesoro Real que en el poder de los súbditos particulares.

Esta política mercantilista trajo como consecuencia el que los Estados nacionales comenzaran a establecer reglas estrictas para la industria y el comercio de sus súbditos, con el propósito de proveerse a sí mismos con existencias adecuadas de metales preciosos y poder así subvenir a los gastos de la potencia militar y naval.

La expansión económica de Europa en el siglo XVI fomentó el capitalismo, con las consecuencias ya indicadas, apresurándose, a su vez, aquélla, y aumentando la aparición de éste.

Bajo los auspicios capitalistas se inundó Europa de objetos de lujo orientales. En medio de semejante aparición súbita del capitalismo y de un nuevo mercado universal, Europa experimentó grandes dificultades y perturbaciones sociales. El abismo entre pobres y ricos se ensanchó. Hubo una epidemia de alzamientos campesinos y las ciudades soportaron mayores estrecheces. Las guerras internacionales se hicieron más costosas y mortíferas. Los reyes intensificaron su absolutismo.Fue especialmente notable el acceso de ciudadanos acomodados (la burguesía capitalista) a una influencia y distinción sin precedentes hasta entonces. Los nuevos burgueses se codeaban con reyes, duques y prelados. Algunos miembros de la burguesía lograron ingresar en las filas de la nobleza gracias a los servicios capitalistas prestados al monarca. Y muchos nobles hallaban cada vez más provechoso, aunque siempre poco honroso, el invertir capital en el comercio y la industria. La agricultura capitalista se iba aliando con el comercio y la industria capitalistas. La expansión de Europa en el siglo XVI dejó echados los cimientos para la moderna preponderancia de la burguesía.

Mayer - El renacimiento

Mayer

Capítulo IV Renacimiento

1.Nova Vita

La época que denominamos Renacimiento se extiende desde el comienzo del siglo XVI. Entendemos por Renacimiento esa marcha de un nuevo espíritu que acabó por destrozar el mundo medieval, colocó los cimientos de una nueva concepción occidental del mundo y produjo el nuevo mundo del siglo XVI.

“Renacimiento” del hombre occidental en el sentido de las palabras de San Pablo: “Y a renovaros en el espíritu de vuestra mente”. Esta motivación religiosa es de importancia pero no fue la única fuerza directora. Los grandes renovadores del siglo XIII, como San Francisco de Asís, utilizaron los términos renovatio, nova vita, renasci, regenerari. Los llamados “espirituales” empleaban los mismos términos. La consigna de la purificación de la Iglesia se convirtió en vehículo del deseo de mejora y elevación de la vida secular.

La aspiración de un Estado nacional apareció en los libros de los antipapistas. Las luchas entre el poder papal y los imperios europeos estaban destinadas a proseguirse desde el comienzo del siglo XIV hasta mediados del XVI. Inglaterra tomó la cabeza. John Wycliffe atacó al Papa como Anticristo. Inglaterra logró tener una Iglesia nacional independiente del Papa más de un siglo antes del movimiento reformista. Las ideas de Wycliffe fueron posteriormente difundidas en Bohemia por Huss, y aunque el Concilio de Constanza condenó a Huss a ser quemado en la hoguera, su crítica de la iglesia del Papa de Roma, sobrevivió para influir los movimientos reformistas del siglo XVI.

También en Francia estaba preparado el camino del galicanismo. Sólo en Alemania había avanzado tanto el desarrollo de los Estados territoriales que fue imposible la formación de una iglesia católica nacional.

La Iglesia romana consiguió rehacerse de nuevo, una vez pasados el Cisma y el período conciliar. Apenas habían pasado setenta años cuando estalló de nuevo el conflicto, por la acción de Lutero, y la Iglesia romana no pudo hacerle frente más que mediante una reforma total. En el siglo XVI, como resultado de la alianza de la Iglesia con la combativa Compañía de Jesús, el catolicismo ganó nueva fuerza y poder.

2. El descubrimiento de la Personalidad

liberarse del esquema universalista del mundo eclesiástico fue un proceso lento. La conquista real de esa época fue el descubrimiento de la personalidad.

En el año 1336 Petrarca describe en sus Cartas la ascensión al monte Ventoux. El poeta describe la impresión que le causó la vista desde la cumbre. “...lo que había leído del Athos y del Olimpo me parecía menos increíble puesto que veía las mismas cosas desde una montaña de menor fama... Suspiré por los cielos d Italia, que conservó más en mi cabeza que en mis ojos. Me entró un deseo indecible de ver de nuevo mis amigos y mi país... Mire hacia el oeste. No fui capaz de ver las cumbres de los Pirineos que forman la barrera entre Francia y España, y no porque hubiera ningún obstáculo sino debido simplemente a la insuficiencia de nuestra visión mortal. Se me ocurrió mirar al ejemplar de las Confesiones de San Agustín: “...y los hombres se maravillan de la altura de los montes, las olas poderosas del mar, las anchurosas corrientes de los ríos, y la inmensidad del océano y el curso de las estrellas, y se olvidan de lo que hay de admirable en ellos mismos”. Me avergoncé, descontento de mí mismo al ver que era aún capaz de admirar las cosas terrenas cuando hace mucho tiempo que podía haber aprendido, incluso de los filósofos paganos, que nada es maravilloso sino el alma, la cual, cuando es grande, no encuentra nada grande fuera de sí.”

La nueva experiencia de la naturaleza estaba dentro de los intereses humanistas del hombre, aunque la vista desde las cumbres de la montaña le abrumara: con profunda melancolía su mirada se vuelve en dirección a su país natal, Italia. El sentido nacional del hombre moderno, proclama su nacimiento. Pero el hombre no era todavía libre y autosuficiente. Petrarca sacó las Confesiones y se hizo contemplativo: el velo de la idea medieval del mundo cubría todavía sus ojos.

Del discurso De Hominis Dignitate, escrito por Pico de la Mirándola: “Como atestiguan Moisés y Timeo, cuando Dios hubo creado todas las cosas, acabó por pensar en modelar el hombre. Pero no le quedaba forma para una nueva criatura ni substancia de que dotarle, ni espacio que pudiera ocupar como dominador del Universo.” “No te he dado, Adán, morada fija, ni forma propia, ni función especial, para que puedas escoger tú mismo morada y función, y aquello que escojas será tuyo.” En opinión de Pico el hombre es libre y está colocado en un mundo infinito. Pico tiene una concepción plástica del mundo. Ataca decididamente las nociones astrológicas en las que todavía creía Ficino. El credo astrológico limita la libertad humana, el poder creador original del hombre. Es esto y no la fuerza de las estrellas lo que reconocemos y reverenciamos en la obra de los grandes pensadores, hombres de Estado y artistas. Al fundar más tarde la nueva Cosmología, Leonardo, Galileo, Kepler y Newton habían de seguir la vera causa.

Los ensayos de Montaigne, aparecidos por primera vez en 1580. Aquí se descubre, por fin, el individuo en el sentido moderno del término. Los artículos de la fe y los dogmas ya no estaban en el centro de la vida cotidiana. El derecho tradicional era para él pilar de la vida del Estado. La muerte de incorpora así a la vida, y ya no trasciende de ella. Se convierte en la verdadera piedra de toque de la libertad humana. Este hombre no necesitaba ya el consuelo de aquella Iglesia que pretendía el monopolio de todos los medios de la gracia. Tiene su vida firmemente en sus manos.

3. La nueva concepción de la naturaleza

El misticismo amoroso de los franciscanos, comenzó a quebrantar la separación entre naturaleza y espíritu, porque su principio de amor invadía toda la existencia. La imaginería y el simbolismo de los sermones místicos no podían satisfacer ya al hombre de los siglos XV y XVI. Leonardo da Vinci (1452-1519) fue indudablemente el hombre más universal del Renacimiento: pintor, hombre de ciencia, técnico, inventor, ingeniero y arquitecto, todo en una pieza. Para él, la experiencia se convirtió en intérprete entre la naturaleza creadora y el investigador humano. Su efectividad surge de la necesidad, guiada por la razón. Ninguna ley ni regla de la naturaleza puede formularse sin matemáticas.

Galileo no pudo encontrar un método epistemológico a priori que fuera seguro más que resucitando la doctrina platónica de la anamnesis, en la que el empirismo y la idea se encuentran en una relación definida. La experiencia fue elevada así por primera vez al nivel del conocimiento exacto. La teoría platónica del conocimiento del conocimiento había sido verdaderamente resucitada. Este proceso de desenterrar y comentar los escritos antiguos había comenzado desde que un cierto número de intelectuales griegos emigraron a Italia después de la conquista de Constantinopla por los turcos.

En la misma época la invención de la imprenta hizo posible la diseminación de este nuevo conocimiento. El clero deja de ser el propagador casi único de la educación y el conocimiento laico comienza en Occidente su camino triunfal. Se puede tomar a Erasmo de Rótterdam como ejemplo típico. Su interés real era el mundo occidental de las nuevas humanidades. Pero son precisamente los ricos trabajos de Erasmo los que muestran que el nuevo conocimiento humanista era aún totalmente susceptible de combinarse con los postulados básicos del cristianismo. Ve el mundo antiguo desde el punto de vista de este espíritu cristiano tolerante y universal, y en ese espíritu intenta resucitarlo y liberarse a sí mismo y liberar a sus contemporáneos de las fórmulas escolásticas vacías.

Como consiguió Leonardo incorporar el arte a su nueva “concepción matemática de la naturaleza” aquí puede servir de guía la geometría. Porque así como la geometría nos presenta plásticamente la actuación de las reglas de la razón, el arte está regido por las formas y figuras espaciales. La imaginación creadora se convierte en instrumento y condición de la investigación teorética: no comprendemos lo que la naturaleza nos presenta al acaso, sino sólo lo que podemos modelar y delinear en nuestras mentes.

Prevaleció una nueva concepción dinámica de la naturaleza. No hay en la existencia nada que pueda escapar a las leyes generales del movimiento. El espacio no comprende ya el mundo, porque ha evolucionado la idea de la infinitud del cosmos. El mundo humano no es ya más que un mundo entre muchos otros. Giordano Bruno se presenta sobre todo como heraldo de esta actitud.

El significado del mundo está engastado en las leyes de la belleza. Por otra parte, el mundo revela al hombre por la belleza: así sabemos que Keple llegó a la concepción de las leyes de los planetas por la idea “innata” de lo Bello y del Número.

4. Florencia y Maquiavelo

Fue en Italia donde se produjeron antes que en ningún otro sitio una consideración y estudio objetivos del Estado. Maquiavelo, Basándose principalmente en la situación e historia de Florencia, trató de reducir la ley y el gobierno de la vida de ese Estado. Así como el pensamiento político del mundo occidental derivó sus categorías básicas del Estado-ciudad ateniense, ese mismo pensamiento, enriquecido por el esplendor de la experiencia humana fue reexaminado.

En la historia de Florencia –que merece el nombre de primer Estado moderno del mundo- se encuentran unidos el pensamiento político más elevado y las formas de desarrollo humano más variadas.

Nicolás Maquiavelo fue discípulo de una época de crisis en el Estado y en la política. La constitución de Florencia cambió seis veces en el transcurso de cuarenta años.

Desde 1494 Italia se había convertido en campo de batalla de los ejércitos europeos. Los Estados italianos se vieron envueltos en un gran conflicto europeo. Sólo una Italia unida podía imponerse en estas luchas. Pero una Italia dividida, muy alejada del viejo ejemplo romano, no podía ser sino juguete de las potencias europeas.

Maquiavelo considera la historia como modelo y maestra de la realidad, precisamente porque éste no tenía una idea de progreso. En todas las ciudades y en todas las naciones prevalecen los mismos deseos y pasiones que han prevalecido siempre; por cuya razón sería tarea fácil para quien examine cuidadosamente los acontecimientos pasados prever los que van a ocurrir en toda la República, y aplicar los remedios utilizados por los antiguos en casos parecidos; o, de no encontrar ninguno utilizado por ellos, emplear otros nuevos que hubiesen podido utilizarse en circunstancias similares. Pero como los lectores olvidan o no comprenden esas lecciones y si las comprenden los gobernantes no las atienden, se sigue de ahí que los mismos desórdenes son comunes a todos los tiempos. Toda legislación y toda organización política tienen que partir del hecho de que todos los hombres han de ser considerados como fundamentalmente malos.

El método de Maquiavelo es todavía inductivo y experimental, de la misma manera que la magia empírica de sus contemporáneos utilizaba el experimento y la comparación de los fenómenos.

Veía en los estados libres las condiciones más favorables para que se produjera la virtú. Este concepto incluye tanto la virtud del ciudadano, la del gobernante y la devoción altruista por la comunidad, como la sabiduría y ambición de los grandes fundadores y conductores de Estados. Maquiavelo consideraba la virtú requerida por el conductor de un Estado, como virtú de un orden más alto. Su concepto de virtú creaba así un puente interno entre las tendencias monárquicas y republicanas. Por encima de la virtú se encuentra la fortuna. La voluntad del hombre es capaz de controlar el destino.

Finalmente, se añade a los conceptos de virtú y fortuna el de necesita. La necesita moldea a los hombres en la forma requerida por la virtú.

De conformidad con la tradición antigua y romana, Maquiavelo distinguía seis formas de gobierno, distribuidas en tres pares: monarquía-despotismo, aristocracia-oligarquía y democracia-anarquía. De acuerdo con Cicerón y Santo Tomás, está a favor de una forma mixta de gobierno. Pero era más importante para él la estabilidad del gobierno que su forma. Sin embargo, la cristalización final de sus exhortaciones no es la monarquía mixta de la teoría del Estado de Santo Tomás, sino una especie de República autoritaria.

Consideraba la religión como un instrumento clave para la unificación del Estado. Los Discursos hablan de la religión, las leyes y el ejército como de los tres pilares del Estado. Acusaba a la religión católica de debilitar a los hombres: “Nuestra religión glorifica a los hombres de vida humilde y contemplativa mas bien que a los de vida activa”. Como fácilmente puede comprenderse, la Iglesia puso en el Indice todas sus obras.

5. Tendencias económicas y sociales del Renamiento

Así como la conciencia política moderna surgió a la vida de Florencia, podemos también observar allí el ritmo de una civilización de clase media, destinada a ser el modelo de la evolución subsiguiente de la sociedad occidental.

Los gremios de los mercatores que mantenían el comercio con países distantes y las transacciones monetarias conexas con ese comercio redujeron a los gremios “bajos” a una situación de dependencia. Cuanto más rica se hacía la clase mercantil, cuanto más se convertía en una clase de grandes capitalistas, tanto más pasaba la “democracia política” del Estado florentino a ser una careta que ocultaba el gobierno plutocrático.

Las familias ricas habían conseguido mantenerse adaptándose a las nuevas condiciones sociales. “Las condiciones sociales previas de la corte moderna son: en lo económico la existencia de una gran riqueza, en lo político la consolidación del Estado absoluto y en lo social la decadencia de los caballeros y la “urbanización” de la nobleza”. La corte atraía a los artistas e intelectuales y surgió una nueva poesía cortesana. La Iglesia no obstaculizó su desarrollo. La Curia desempeñó juntamente con Florencia un papel principal en la introducción de una nueva exactitud en asuntos de dinero, basada en la contabilidad por partida doble. La Iglesia eliminó los obstáculos ideológicos que se oponían a la prosecución del lucro en la época moderna. La personalidad individual se impuso y la teología reconoció el hecho, precisamente en relación con la esfera económica.

El camino seguido por la nueva civilización de la clase media creó, de hecho, un tipo. Es evidente que su desarrollo no se limitó a Florencia, ni siquiera a la época del Renacimiento.

Las nuevas condiciones económicas de los mercaderes florentinos encontraron su formulación clásica en el tratado escrito por Leon Battista Alberti. Su actitud básica es decididamente antiseñorial. Una de las nuevas virtudes racionales esenciales para el mercader es el lucro. La nueva ética de los negocios tenía sus raíces en un espíritu, nuevo, de cálculo exacto que también llegó, saliendo de Florencia, a conquistar el mundo.

El hombre aprendió a analizar racionalmente los fenómenos naturales, y a controlarlos una vez comprendidos. Leonardo se dio perfecta cuenta de la fecunda interacción entre la ciencia natural y la aplicada.

Uno de los avances más importantes logrados en la esfera de la ciencia aplicada en el siglo XV, fue la invención de la fundición de hierro y la transición a los métodos de los hornos de fundición. La extracción de mineral de hierro alcanzó una extensión enorme, lo que resultó esencialmente ventajoso para fines militares. También fue obra de los siglos XV y XVI el progreso en la medida del tiempo. La brújula se utilizó por primera vez en el siglo XVI y los instrumentos para determinar la situación en el mar se inventaron a finales del XV. Sin ellos, difícilmente hubiese podido ser el Renacimiento la época de los grandes descubrimientos coloniales.

En toda Europa la historia económica ha dedicado hasta ahora escasamente la atención necesaria al contraste entre la estructura económica de los siglos XV y XVI y la del período que denominamos vulgarmente “época mercantil”. En tanto que el desarrollo económico desde los siglos XIII y XIV hasta el XVI se caracterizó por el predominio de la iniciativa privada en el campo del comercio exterior, a finales del siglo XVI encontramos un aminoramiento de esa iniciativa privada que se ve reemplazada por la estatal. (Colbertismo). La intervención del Estado en las empresas va ligada con una serie creciente de otros tipos de intervención, animados por la aspiración de hacer que coincidan los límites de las unidades económicas con los del Estado. Sin embargo, esto no implica un cambio en la estructura social: el hombre de negocios de los siglos XV y XVI actuaba independientemente del Estado. Durante un cierto tiempo el hombre de negocios y el Estado podían unirse porque el naciente Estado moderno (absoluto) parecía garantizar sus negocios contra las restricciones feudales. El negociante se guiaba únicamente por su interés pecuniario. Por otra parte, el Estado se guiaba predominantemente por el interés de poder, aunque ambos intereses estuvieran ligados.

Hasta que punto ayudó al desarrollo del capitalismo la reforma de la Iglesia iniciada por Lutero y Calvino. Estos eran de una mentalidad demasiado anti-capitalistas para fomentar deliberadamente el desarrollo del capitalismo. Pero al discutir la conexión entre los hechos terrenos y la recompensa celestial, ambos eliminaron restricciones de la conducta terrena y el capitalista pudo juzgar sus actividades con criterios exclusivamente económicos.

Los cambios importantes que se producen en la geografía económica a finales del siglo XVI. La economía se traslado gradualmente de la Europa Central y Meridional hacia la occidental. La Europa occidental quedó dividida en dos: de un lado el sur, católico (España y Portugal), y de otro el norte, protestante.

6. La filosofía del Estado en el siglo XVI

Estudiar la filosofía del Estado fuera de Italia. En la segunda mitad del siglo XVI los llamados monarcómanos, al defender la libertad confesional, expusieron la opinión de que la relación entre monarca y pueblo debía considerarse como una relación contractual. Al hacerlo así no se oponían a la realeza como tal, sino únicamente a aquellos monarcas que se negaban a someterse al jus divinum y al jus naturale y también a las leges. Los monárquicos utilizaban los términos escolásticos tradicionales, pero la importancia y la influencia de sus escritos derivaba de una valoración nueva de las leyes positivas y las funciones del Estado. En su opinión el poder supremo del Estado residía en el pueblo.

Juan Bodino (1530-96), parlamentario y jurista, da sin duda la exposición más madura de la teoría política del siglo XVI. Fue el primer tratadista moderno del derecho público que afirmó la indivisibilidad de la soberanía. El método de Bodino es empírico y comparativo aunque no en la misma forma que el de Maquiavelo.

El pensamiento de Maquiavelo se concentra exclusivamente en el Estado. El francés Bodino, tenía una visión más amplia. Lo que hace no es un tratado sobre el Estado, sino una doctrina de bases amplias de las múltiples ramificaciones de la vida política. Los dos pensadores están separados por dos generaciones y en el último cuarto del siglo XVI, Bodino tenía a su disposición unos conocimientos totalmente distintos y mucho más exactos de las condiciones históricas esenciales de la ciencia política. La idea de justicia es la fuerza directora del pensamiento de Bodino.

El derecho natural o, acaso mejor, individual de cada nación lo producen los hechos naturales concretos de su historia. Pero una vez creado, ese derecho evoluciona hacia una forma universal impuesta por la idea de justicia.

La estructura del Estado tal como aparece en Bodino. Lo define como una asociación de una serie de familias, gobernada por un poder supremo y por la justicia, y en el cual la propiedad privada está separada de la estatal. La unidad del poder supremo del Estado, que está subordinado únicamente a Dios, reside en la soberanía. Bodino entiende por soberanía únicamente el poder supremo del Estado al que no está subordinada la propiedad privada, que es el derecho de los individuos. Únicamente la monarquía absoluta podía liberar a la clase industrial del siglo XVI de las interferencias de la nobleza feudal y sólo él era capaz de acabar las guerras religiosas que perturbaban la actividad comercial, de restaurar la igualdad jurídica y de unir Francia. Bodino distinguía dos formas de gobierno: una con derechos de soberanía y la otra sin ella. En la primera forma recae sobre el monarca, en la segunda sobre los magistrados. El soberano puede crear derecho, pero puede también derogarlo. Pero el derecho natural, al que también está sujeto el monarca, exige que una vez hechas las promesas se cumplan, pues de otro modo se destruiría la confianza pública de la que es protector el monarca. Pide un estudio completo y una declaración de las ocupaciones y propiedades de todos los ciudadanos y un registro fidedigno de la propiedad territorial. Sus estudios del presupuesto y de un sistema ordenado de finanzas públicas, así como sus notas sobre reforma monetaria revelan el nuevo espíritu calculador de la época del capitalismo. La idea de la armonía en la teoría del Estado de Bodino, permite construir fácilmente un puente hacia la idea de tolerancia. En la idea de tolerancia encontramos una fuerza directora fundamental del período del Renacimiento cuya importancia se prolonga más allá de esa época.

La idea de tolerancia expresa un aspecto fundamental del hombre occidental. Todos los hombres no son iguales, pero todos son libres. Lo que ocurre es que esta libertad no puede entenderse como privilegio de la clase capitalista aunque fuera de esta clase la que tomará la idea de la autonomía del hombre como grito de guerra contra las clases privilegiadas que eran la nobleza y el clero.

El pensamiento político y social de Bodino se basaba en una nueva consideración histórica y natural del hombre. Con la adaptación del pensamiento a las categorías de la historia y la naturaleza, se descubrió la nueva idea de la tolerancia. Y habiendo de comprenderse la razón humana como natural, como lo natural se orienta hacia la naturaleza, la época del Renacimiento descubrió en el Estado y en la sociedad sus leyes propias de movimiento. Dios se manifiesta en la religión y en la naturaleza.

El pensamiento político del continente fue transmitido a Inglaterra en especial por Ricardo Hooker. Su obra “De las Leyes de la Constitución” ha de considerarse la principal obra política del período isabelino, sino a la vez como un nexo real entre el pensamiento político de finales de la Edad Media y la filosofía política de Hobbes, Harrington y John Locke. Introdujo en el pensamiento político inglés la teoría del contrato que dio su fundamento a la filosofía del Estado de la clase media. Incorporó la libertad civil a la teoría del contrato.

Hooker concebía el derecho natural expresamente como el derecho de la razón. La razón permite al hombre distinguir entre la verdad y el error, el bien y el mal. El inglés difiere del francés en su concepción de la soberanía. La soberanía está representada por el parlamento; sólo el parlamento es capaz de crear leyes que obliguen al individuo; el Parlamento representa al rey y a los súbditos. Hooker al distinguir entre las verdades fundamentales y accesorias de los credos de la Iglesia, se hizo también campeón de la idea de la tolerancia. Era racionalista y anglicano y creía aún que era posible el convencimiento pacífico, racional de las personas que mantuvieron opiniones religiosas opuestas.

Europa del Siglo XVIII

El pensamiento en la Europa del siglo XVIII

El pensamiento del siglo XVIII está dominado por las ideas que divulga la Ilustración a través de la Enciclopedia, que publicarán Diderot y D’Alembert, y donde se destacan los argumentos racionalistas.

Pero la ideología política y filosófica que dominaba en el momento era el absolutismo monárquico, cuyo máximo representante es Hobbes: el despotismo ilustrado.

En las cuestiones económicas la ideología dominante era la de los fisiócratas, que afirmaban que la riqueza de un país estaba en la agricultura: en la naturaleza.

La economía

En Inglaterra primero, y en todos los países después, se hace un esfuerzo por acceder a la industrialización, pero sin haber abandonado todavía las estructuras económicas del Antiguo Régimen.

En el siglo XVIII, y con motivo de la industrialización, se imponen nuevas formas de organización del trabajo, que serán la base de la revolución industrial.

La industria

A pesar de que en este siglo comienza el despegue de la industria, para la mayoría de la población la agricultura sigue siendo la base de su economía, y de la riqueza tanto nacional como doméstica.

Otra de las características del siglo XVIII es la monetización de la vida. Todo se paga con dinero, aparece el papel moneda y se crean los primeros bancos nacionales.

La industrialización, incipiente, implica unas nuevas formas de organización de la tarea, entre las que destaca la división del trabajo, muy efectiva para el aumentar la productividad en la fábrica. En la mayoría de los países la industrialización es impulsada desde el Estado, con la creación de las reales fábricas.

La industria textil es la más representativa del proceso, ya que es la primera que se desarrolla. La industria, en un principio, tiende a instalarse en zonas rurales.

El comercio marítimo

El comercio internacional del siglo XVIII se caracteriza por el proteccionismo que practican los países. La mayor parte del comercio internacional se hace por mar.

Desde 1785 se permite el libre comercio con América en todos los puertos. Las medidas proteccionistas que intentan poner todos los países se ven debilitadas por las guerras y los tratados de paz.

Se hacía un comercio internacional triangular entre África y las Antillas con esclavos negros, de las Antillas a la metrópoli con mercancías de alto valor, y de la metrópoli a África con mercancía barata.

Los convoyes dejan de ser empresas en las que los propios navegantes son capitalistas. Los financieros pasan a ser grandes compañías, anónimas, y los navegantes se convierten en personal asalariado.

El comercio con Oriente se especializa en el transporte de especias y té, mercancías en las cuales la hegemonía británica es indiscutible desde 1757.

Los mercados europeos

El comercio francés es el que más orientado a Europa está, gracias a su especialización textil. Centro Europa es el gran mercado de granos. El sur de Europa proporciona grano y frutas y verduras, e Inglaterra y los Países Bajos los productos industriales.

Redes financieras

En el siglo XVIII la circulación de metales preciosos por toda Europa es muy importante, a pesar de que ya no hay un incremento significativo de oro y plata.

Se crean las haciendas públicas y los bancos, en las ciudades importantes, que sólo tienen influencia en su ciudad. Algunos de ellos se conciben con la función principal de financiar al Estado.

La agricultura

La revolución agrícola fue una condición necesaria para la revolución industrial.

La agricultura sigue siendo fundamentalmente autárquica, pero comienza a generar excedentes para alimentar a una creciente población urbana. Los nuevos productos americanos están totalmente integrados en la dieta. Aparecen nuevas técnicas agrícolas, como la asociación de cultivos o el abono ganadero.

En Gran Bretaña, a mediados de siglo se impulsaría la revolución industrial, gracias al traspaso de capitales, fuerza de trabajo y mercancías, de la agricultura a la industria.


El siglo XVIII en España

Transformaciones políticas

A la muerte de Carlos II sube al trono Felipe V, un Borbón. La época borbónica se caracteriza por buscar un Estado más homogéneo, al intentar que toda España tuviera una misma legislación. En 1715 se derogan los fueros de Mallorca, en 1716 los de Cataluña, y se promulgan los Decretos de Nueva Planta.

Las Cortes españolas se habían dejado de convocar en el siglo XVII. También se extinguen las diputaciones y se crea una nueva oligarquía política encabezada por el corregidor.

Los antiguos consejos colegiados que asesoraban al rey, se convierten en secretarios de Estado y de Despacho, es decir, en cargos unipersonales. En el ámbito local se crearon los intendentes, para la hacienda, la justicia, la policía y el ejército.

El reformismo borbónico

Durante el siglo XVIII se producen continuas denuncias de los ilustrados sobre la situación del campo en España, la industria, la educación, la cultura etc.

Se imponen en Aragón los Decretos de Nueva Planta: una nueva organización política del reino. La Administración borbónica crea las Cortes de España, suprimiendo las de los distintos reinos.

La pragmática borbónica tiene carácter universal, cosa de la que carecía la de los Habsburgo. Este carácter universal permite que exista una única legislación para toda España.

El sistema fiscal siguió estando separado en los diferentes reinos. También en la participación en el Ejército continuaron los privilegios.

Los conflictos con la corona son frecuentes ya que esta intenta, por todos los medios, recuperar los derechos que están en manos de las instituciones de los diversos reinos.

En 1757 se liberaliza el comercio con América, concediendo libertad de comercio a distintos puertos.

Ordenamiento del territorio

Los Borbones hacen una nueva división del territorio. Se divide el país en capitanías generales, que tienen funciones gubernativas y judiciales, al frente de las cuales está la audiencia.

Se establecen 25 provincias, herederas de los avatares de la Reconquista y la Administración austríaca. Por debajo se crearon 81 corregimientos agrupados en 10 partidos, al frente del los cuales se puso un superintendente.

Pierre León: «Historia económica y social del mundo». Tomo 3 Encuentro. Madrid 1984

Miguel Artola: «Enciclopedia de historia de España». Alianza. Madrid 1988

Bernhard Groethuysen: «Formación de la conciencia burguesa en Francia durante el siglo XVIII». Fondo de Cultura Económica. México 1981