miércoles, 4 de junio de 2008

La expansión europea

Junto a la Reforma y al Renacimiento, los grandes descubrimientos geográficos marcan, para los europeos, el comienzo de la Edad Moderna. A fines del siglo xv comenzaba una relación desigual entre Europa y los otros continentes. Se puede decir que entonces comenzó el colonialismo europeo. Pero las sociedades con las cuales los europeos entraron en contacto eran muy distintas. En el continente americano se produjo la destrucción o la sumisión de las poblaciones indígenas. En el África negra la presencia de los europeos en el litoral como compradores de esclavos dio un fuerte impulso a la esclavitud. En cambio, los grandes imperios asiáticos mantuvieron su entidad hasta el siglo xix y principios del xx.

En América los europeos tendieron a establecer sociedades que fueran el trasunto o la mejora del continente que habían dejado atrás. A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII los europeos fuera de Europa construyeron países nuevos: Nueva España o Nueva Inglaterra. Fundaron ciudades como la que se llamó primero Nueva Amsterdam y posteriormente Nueva York, o las ciudades americanas que se llamaron Guadalajara o Córdoba.

Otros europeos, sin necesidad de cruzar el mar, ampliaron los territorios bajo su control. A finales del siglo xvi los rusos comenzaron la conquista de Siberia y, a lo largo del siglo siguiente, llegaron a la frontera de China. Un creciente dominio de la técnica, por ejemplo, de la relacionada con la navegación, dio a los marinos, comerciantes y militares europeos una mayor posibilidad de control sobre la economía de los otros continentes. Se estaba formando lentamente una «economía-mundo», cuyo centro se situaba en algunos países privilegiados de Europa. A finales del siglo xviii este centro se encontraba en los países del Atlántico noroccidental.

Los límites de la Edad Moderna son (repito) de una parte la crisis de la Baja Edad Media, de otra las revoluciones industrial y liberal. Una síntesis reciente sobre la historia social de la Edad Moderna (la del estadounidense Georges Huppert) se titula significativamente Después de la Muerte Negra, es decir, de la gran epidemia de peste del siglo xiv. Se produjo entonces una crisis demográfica, económica, social (se habla de una «crisis del feudalismo»), política y religiosa. Durante esta crisis cambiaron lo suficiente las estructuras de todo tipo para que, a la larga, surgiera la idea de estar viviendo unos tiempos nuevos, rompiendo, por lo menos en apariencia, con la tradición cultural más inmediata y vigente todavía en la enseñanza: la escolástica. El humanismo y el Renacimiento ampliaron el horizonte cultural de los intelectuales. Los descubrimientos ampliaron el espacio real de los contemporáneos. Sin embargo, las consecuencias de la expansión europea sólo fueron apreciadas por la mayoría de la población del continente de modo lento y paulatino. Muchos elementos fundamentales de la vida europea no se vieron alterados, por lo menos directamente, por las consecuencias de los descubrimientos.

EXPANSION EUROPEA

Uno de los hechos más relevantes de la historia de los últimos doscientos cincuenta años ha sido la influencia de los europeos fuera de Europa. La «expansión de Europa» no fue deliberadamente planeada ni fue voluntariamente aceptada por los no europeos; pero en los siglos xviii y xix es un hecho político incontrovertible que produjo numerosos conflictos entre los diversos Estados por la disputa de las zonas de influencia. Los cimientos de la preponderancia europea se prepararon en el siglo xv y se afianzaron sólidamente en los siglos xvi y xvii. Durante estos siglos los europeos prácticamente hicieron la conexión de las diferentes partes habitadas del planeta. En sus expediciones, los europeos encontraron y conquistaron una gran variedad de razas primitivas. Pero también hallaron muchos pueblos con un alto grado de civilización para los cuales los europeos eran los bárbaros. Estos pueblos eran más numerosos y aparentemente más poderosos que sus invasores occidentales. Sin embargo, ninguno de ellos escapó a la influencia europea, fuera ésta religiosa, comercial, técnica o cultural. Muchos de ellos cayeron bajo el yugo europeo, mientras que espacios vacíos del mundo eran poblados por gentes de similar extracción.

El siglo xv en muchos aspectos fue un siglo de contracción de la expansión de Europa. Imperios como el otomano, la China de los Ming o la India, cada vez más islamizada, ponían a Europa a la defensiva, o le cortaban sus tradicionales rutas de comunicación, que venían de la Edad Media, como fue el caso de la China o de la India. En conjunto, el Islam era el mayor obstáculo que se oponía al expansionismo occidental, e incluso le obligaba a ceder territorio, lo que simbolizó la caída de Constantinopla (1453). La confrontación Islam-Cristiandad, que venía de la Alta Edad Media, se trató de solventar por parte de los cristianos mediante las cruzadas al oriente del Mediterráneo. El fracaso de las cruzadas, debido a la rivalidad entre los latinos y griegos, y al empuje de los turcos otomanos, trasladó el espíritu de cruzada a los países del Mediterráneo occidental, corno los de la Península ibérica, donde la larga reconquista de su territorio había creado una mentalidad muy extendida de lucha contra el Islam en todas las capas sociales. Por eso Portugal, que fue el primer país que expulsó al musulmán de su territorio, fue también el primero que, saltando los límites peninsulares, tomó la plaza de Ceuta (1415) con el propósito de atacar al Islam en sus reductos y en la parte opuesta al frente turco. Así se podía abrir una vía por la costa africana con posibles contactos con míticos príncipes cristianos africanos (Preste Juan en Etiopía) y atacar a los otomanos por la espalda. Con esto se abría una nueva ruta para un viejo objetivo. España, más tarde. tras la caída de Granada hará también suya la idea de continuar la cruzada al otro lado del estrecho, y así en 1497 conquista Melilla. Tras estos objetivos político-religiosos, los intereses económicos no tardarán en aparecer y después en preponderar. Uno de los incentivos fue la posibilidad de paliar la escasez de metales preciosos de la Europa del siglo xv. El famoso oro del Sudán, traído por los árabes, fue un acicate para ir a proveerse los propios europeos sin necesidad de intermediarios. Las primeras expediciones portuguesas aportaron además marfil, esclavos y falsa pimienta o malagueta. También, como consecuencia de la expansión turca, la ruta mediterránea de las especias de Oriente se vio muy obstaculizada, por lo que las diversas empresas para establecer nuevas rutas e ir directamente a comerciar con Oriente, tuvieron un gran atractivo para gobernantes, comerciantes y marinos.

Para recalcar la importancia de las especias en Occidente hay que señalar los sacrificios de ganado que se habían de hacer en otoño, ante la escasez de pastos en el invierno, lo que obligaba a un gran consumo de estos productos junto con la sal para su conservación. Además tenían gran utilidad en gastronomía y en farmacopea. Los principales productos de este comercio eran la pimienta, producida en la India e Indias orientales en general, y, de inferior calidad, en África occidental; la canela en Ceilán: la nuez moscada y macis en las Célebes y otros lugares de Insulindia; y la más rara de las especias para la conservación de alimentos, el clavo, procedente del archipiélago de las Molucas. A estas especias podían añadirse en el tráfico comercial la seda de China, el algodón de la India, el ruibarbo de China, muy utilizado en medicina, las esmeraldas de la India, los rubíes del Tíbet y los zafiros de Ceilán. También en la ruta africana hacia el Asia el Islam y la Cristiandad se enfrentaron.

Con palabras de Braudel podemos cerrar esta introducción: “Es un milagro que Europa haya desplazado sus límites, de una sola vez o casi, con los grandes descubrimientos de finales del siglo xv”.

Instrumentos de la expansión

Una de las características del pensamiento europeo es la transformación del pensamiento científico, fuera éste fruto de nuevos hallazgos o de tradición clásica, resultados técnicos capaces de aplicación. En las grandes expediciones marítimas se aprovecharon tres ramas del desarrollo técnico. Primera: la aplicación de la geografía y la astronomía en los problemas prácticos de la navegación. Segunda: la construcción de barcos y su pilotaje. Tercera: el desarrollo de las armas de fuego, en particular la artillería naval.

La tradición geográfica de la antigüedad, representada por Tolomeo (130 d. C.) que cartografió fundamentalmente al Imperio romano, con sus dos obras: la Astronomía y la Geografía, fue transmitida al Occidente cristiano medieval por los árabes. Éstos tradujeron la Astronomía con el nombre de Almagesto e ignoraron la Geografía. Los árabes añadieron al acervo clásico sus experiencias de navegación por áreas mal conocidas por los antiguos, como el norte del océano indico, pero también difundieron falsas creencias como que el Atlántico no era navegable, calificándolo de «verde mar de oscuridad».

Sobre esta base del Almagesto y de teorías árabes, a través de las traducciones latinas se asentaron las obras de los geógrafos clásicos de la Baja Edad Media, que añadieron citas bíblicas, leyendas y relatos de viajeros. Uno de estos libros, quizás el más influyente, fue la Imago mundi del cardenal Pedro d'Ailly, eruditísima suma de citas de autores griegos, latinos y árabes, pero bastante alejada de la navegación real, lo que no fue óbice para que fuera unos de los libros más estudiados por Colón.

En el mismo año que se escribió la Imago mundi (1410) se tradujo al latín la olvidada Geografía de Tolomeo, pasando a tener una gran influencia en la cosmografía de la época. Esta obra contribuyó a extender el error de que el hemisferio sur era innavegable a causa del calor y de que la circunferencia del globo, calculada por Eratóstenes bastante acertadamente, había que reducirla en una sexta parte. Se puede afirmar con Crone que «gran parte de los primeros descubrimientos fue la historia de la experiencia de unos hombres que demostraron que Tolomeo estaba equivocado».

Los primeros navegantes portugueses ya conocían la técnica de los portulanos, procedente de las escuelas italianas y catalano-mallorquinas, lo que les obligaba a no perder de vista la tierra en su periplo. El primer problema que se les planteó fue el de la latitud, que se estableció en relación con la estrella Polar de una manera documentada en 1462, dos años después de la muerte de Enrique el Navegante. Sin embargo, al aproximarse al Ecuador esta técnica no servía, por lo que se recurrió a calcularla con respecto a la altura del Sol al mediodía. Este procedimiento de medición dio lugar a las tablas de declinación del hebreo Abraham Zacuto, astrónomo real de Juan II de Portugal, que pronto fueron traducidas al portugués dentro de un tratado de navegación llamado O regimento do astrolabio.

A finales del siglo xv un navegante preparado, sin tener referencias respecto a la costa, disponía de métodos que le permitían determinar su latitud, teniendo una idea bastante aproximada de la extensión de un grado de latitud, calculada en 18 leguas portuguesas, con un error de un cuatro por ciento. También tenía cartas de navegar donde podía situar sus observaciones. En cambio, no tenía medios para situar su longitud, cuya determinación era un problema mucho más difícil y que no se solucionaría satisfactoriamente hasta el siglo xviii. Con todo, gracias a una combinación de la latitud observada y de estimación empírica se podía deducir la posición con bastante certeza.

En cuanto a los instrumentos, se partió del legado árabe del astrolabio y el cuadrante que utilizaban en tierra, y de la brújula, ya conocida en el siglo xiv en Occidente. Esta aguja imantada sobre la rosa de los vientos servía para conocer la dirección, pero los movimientos del navío perturbaban su funcionamiento, por lo que fue reemplazada por el compás de ruta. Colón en su primer viaje descubrió la declinación de la aguja imantada: las brújulas, después de haber señalado el noroeste, lo hacían al noreste. Para determinar la latitud se descubrió el llamado «bastón de Jacob», inspirado en el cuadrante, y hacia 1594 el «cuarto de Davis», un pedazo del cuarto náutico. Los portugueses en su recorrido por la costa africana fueron los primeros en utilizar la navegación astronómica, basada en las observaciones de astros después de 1480.

Si con la brújula se conocía la dirección, para conocer la velocidad los marineros inventaron el loch o corredera, cuya primera mención data de 1577, y que ya en 1620 era ampliamente conocida. Se hace flotar sobre el agua un trozo de madera cilíndrico lastrado con plomo. Este flotador esta unido al barco por una cuerda dividida en nudos equidistantes, que está arrollada en un carretel; la cuerda va devanándose entre los dedos del marino. Un reloj de agua daba el tiempo transcurrido entre dos nudos.

La cartografía utilizada hasta el último tercio del siglo xvi estaba constituida por planos con mapas en forma cuadrada o rectangular, sin corrección de la declinación magnética. En 1569 Mercator dio a conocer su sistema y los mapas cilíndricos. Éstos fueron de gran interés para los españoles y portugueses, cuyos veleros navegaban principalmente por los mares tropicales, zonas que quedan poco deformadas en este tipo de proyección. Con todo, no fue hasta bien entrado el siglo xvii, con el mayor conocimiento de los valores del ángulo de declinación magnética, que se pudieron corregir los rumbos observados en la aguja por rumbos verdaderos. Con eso se llegará a la navegación laxodrómica, cuyo precursor fue Edward Wright.

A comienzos del siglo xv, el comercio marítimo de Europa se efectuaba en barcos netamente inferiores en diseño y capacidad a las embarcaciones usadas en muchos lugares de Oriente. Pero, a finales del xvi, los barcos europeos eran, en general, los mejores del mundo. Estos navíos eran menos navegables y adaptables a la meteorología que los «juncos» de la China, pero en conjunto su combinación de rendimiento en el mar, resistencia, capacidad de carga y potencia de fuego les convirtieron en las embarcaciones más poderosas de todos los mares. Este hecho, obviamente, fue de suma importancia en la expansión europea.

El «navío de quilla» europeo se impuso sobre el junco de fondo plano, que también recorría grandes distancias, como hicieron las flotas chinas llegando al estrecho de Ormuz entre 1403 y 1431. El navío de los descubridores y exploradores se fue formando a modo de síntesis entre las experiencias de los marinos del Atlántico y del Mediterráneo. Hacia 1300 las «carracas» y «galeras» entraron en el Océano, y las «cocas» del golfo de Gascuña en el Mediterráneo. Estos navíos, durante mucho tiempo, sólo tuvieron un mástil y es, a partir de 1430, que se dotaron de tres mástiles. De este tipo de nave se distinguirá poco a poco la «carabela». Los portugueses fueron los que la inventaron o al menos la emplearon por primera vez. Desde 1420 la marcha hacia el sur por las costas africanas les obligó, a partir de las islas Canarias, a combinar las velas nórdicas cuadradas, para marchar viento en popa, con las velas latinas triangulares, necesarias para navegar con el viento en contra, lo que era necesario a partir del Ecuador en la navegación costera del África austral. La carabela tenía dos mástiles al comienzo, pero pronto tuvo tres; con esto quedó completado el tipo de carabela: navío rápido, incluso con vientos adversos y que no superaba las 150 toneladas. Ésta es la embarcación que utilizó Bartolomé Dias para, después de internarse mar adentro, retomar los vientos favorables que le llevaron a doblar el cabo de Buena Esperanza.

En la expedición de Vasco de Gama de 1497-1499, como en el primer viaje de Colón, encontramos los navíos o «naos», donde predomina la vela cuadrada, para navegar con el viento a favor. A lo largo del siglo xvi la carabela y la nao tienden a aproximarse, dando lugar al «navío mercante» típico de este siglo. Menos afilado que la primera y menos panzudo que la segunda, con predominio masivo del velamen cuadrado. La popa cuadrada, a comienzos del xvi, se redondeó por la parte inferior. En Inglaterra lo fue hacia 1635, en 1673 en Francia y hacia 1720 en otros países atlánticos. La media del tonelaje hacia 1600 era de 200 a 300 toneladas, con máximos de 500 a 600 toneladas.

El armamento de las flotas expedicionarias aplicaba el método de la artillería embarcada en el navío, muy diferente del de la «galera», y que ya se explica en el apartado de relaciones internacionales. En resumen, estos navíos aplicaron el fuego lateral de artillería. Ante flotas numéricamente superiores y combatiendo cerca de sus bases, la principal arma de las flotas europeas había de ser la artillería y no el abordaje, y el objetivo debía ser el barco y no los hombres. Significativamente, las primeras batallas donde se aplicó la táctica de hundir barcos mediante el fuego artillero se libraron en el océano índico.

El Imperio portugués y la ruta de la India

El estrecho reino lusitano juega un papel primordial en la gran conmoción que supuso la expansión geográfica de Europa a fines del siglo xv y su explosión sobre el mundo. Portugal fue el primer detonador de esta explosión.

Junto a la explicación del expansionismo portugués por el ideal de cruzada que animó a Enrique el Navegante y las razones económico-financieras (oro del Sudán e importación directa de especias), Magalhes Godinho ha puesto de relieve la modernidad económica de Portugal con su tráfico marítimo y comercial con Marruecos, y por extensión con África. Después de la «peste negra», con el advenimiento de la dinastía de Avis, en Lusitania se realizó una revolución burguesa que arrinconó a la vieja nobleza terrateniente en la dirección del Estado. No obstante, el estamento nobiliario fue un precioso instrumento militar en la expansión colonial.

Después de la conquista de Ceuta, como importante base musulmana y territorial del comercio del oro transahariano, el papa Martín V, en 1418, concedió una bula de cruzada a los portugueses para su empresa africana. El infante Enrique el Navegante (1394-1460), hijo de Juan I, dirigió dos expediciones a Ceuta, la de 1415 y la de 1419. Al regreso de esta última, y con el título de gobernador del Algarve, se retiró al promontorio de Sagres al este del cabo San Vicente y creó la escuela de tal nombre, donde se asesoró con pilotos, cartógrafos, astrónomos y matemáticos para planificar las expediciones marítimas. Dichas expediciones tuvieron varias direcciones: 1) Hacia las islas del océano Atlántico, conquista del archipiélago de Madeira entre 1419 y 1425, conquista del archipiélago de las Azores -sector oriental y central- entre 1427 y 1439 y el sector occidental en 1452, y las islas de cabo Verde --exploradas en 1461-1462-. 2) Hacia el interior del continente, desastre de Tánger en 1437, vengado más tarde por Alfonso V el Africano con la conquista de Arcila y Alcazarseguer (1461), a mitad de camino entre Ceuta y Tánger. 3) La ruta atlántica.

En 1434 la expedición de Gil Eanes sobrepasó el cabo Bojador, el límite extremo del mundo conocido en las cartas geográficas de la época. Con tal gesta se inicia la etapa más brillante del infante Enrique. En 1445 Nuño Tristán doblaba el cabo Blanco. Entre 1441 y 1446 se superó el excepticismo respecto a la rentabilidad económica de aquellos viajes, pues las carabelas empezaron a reportar a Portugal polvo de oro y esclavos negros. En 1444 Dinis Dias llegaba a cabo Verde y hacía las primeras capturas de negros en su propio país llevadas a cabo por cristianos. Estos resultados económicos originaron la atención de los medios privados mercantiles y así Lanzarote Da Ilha obtuvo unas licencias del infante para realizar varias expediciones con fines predominantemente comerciales; algo similar obtuvo el veneciano Cadamosto. En 1448 el príncipe Enrique mandó construir en el islote de Arguin la primera factoría comercial europea en Ultramar. Cuando el príncipe se convenció de que los descubrimientos y exploraciones que había organizado tenían un considerable valor económico, obtuvo de su sobrino el rey el monopolio de la explotación comercial de la costa africana, con la excepción del «quinto real». Por otra parte, también obtenía el reconocimiento internacional, con la bula Romanus porrtifex de Nicolás V (1455), de la posesión de lo ya explorado con sus correspondientes monopolios, así como de las futuras conquistas o descubrimientos que se hicieren en las regiones más meridionales. La última expedición patrocinada por don Enrique fue la de Pedro de Sintra, que dos años después de la muerte de aquél llegó a Sierra Leona.

De 1468 a 1473, con la exclusiva del comerciante de Lisboa Fernando de Gomes para el comercio de Guinea y exploración de la costa, se desembarcó en Costa de Oro, se cruzó el Ecuador y se descubrieron las islas de Fernando Poo,Príncipe y Santo Tomé. De 1475 a 1479, la guerra de Sucesión castellana puso en peligro la expansión portuguesa, por la competencia castellana desde su enclave canario. El tratado de Alcaçovas-Toledo (1479) confirmó el monopolio portugués de pesca, comercio y navegación de cabo Bojador hacia el sur, y el derecho de conquista del reino de Fez.

Juan II (1481-1495) consolida el monopolio real del comercio con el golfo de Guinea, basado en el oro del Sudán occidental y de la propia costa. Para ello funda la fortaleza real de San Jorge de Mina, construida con piedra y albañiles portugueses (1482). Los otros grandes hitos de la política de expansión africana fueron la expedición de Diego Cao, que descubrió la desembocadura del Congo (1482) y estableció el primer gobierno colonial de Portugal (protectorado del Congo). Otra expedición fue la de Bartolomé Dias, que dobla el cabo que se denominó de las Tormentas en 1488 y que posteriormente fue denominado de Buena Esperanza (se entiende de llegar a las Indias), y navega por el océano Índico. En 1487 Alfonso de Paiva y Pedro de Covilham siguen la ruta del Mediterráneo, Egipto y el mar Rojo, para alcanzar la India. Esta ruta terrestre era desconocida para los europeos pero no a los árabes. En 1490 Covilham envió al rey un informe sobre su misión en la India y África oriental (Abisinia) que suministró una valiosa información para el viaje que Vasco de Gama estaba preparando.

Bajo el reinado de Manuel el Afortunado (1495-1521) tendrá lugar el transcendental viaje de Vasco de Gama. El descubridor salió de Lisboa en junio de 1497, arribará a las costas de Natal, recorrerá las costas del África austral oriental (Mozambique, Mombasa, Melinde) y desde allí con un piloto árabe, utilizando el monzón del suroeste, llegará a Calicut en la costa malabar (mayo de 1498). Se había completado la ruta de Oriente hacia las Indias por vía marítima.

La consecuencia diplomática más relevante del descubrimiento colombino fue el tratado de Tordesillas (1494) que reservaba el índico a Portugal y, sin saberlo, el territorio del Brasil, que se adentra en el Atlántico sur. Con este reconocimiento internacional y después del viaje de Vasco de Gama, que informó de la hostilidad árabe, se pasó de la mera actividad exploratoria y comercial a la de represalia e imposición bélica contra los adversarios del monopolio portugués.

La primera expedición que se envió con este fin fue la de Pedro Álvarez Cabral, que, al tomar la ruta del oeste para mejor alcanzar el cabo de Buena Esperanza, descubrió en abril de 1500, a 17 grados de latitud norte, la costa de una tierra que dos años después se denominará Brasil. Cabral continuó luego su viaje hasta Goa. El primer virrey de la India oriental fue Francisco de Almeida (15051509) que realizó en 1505 una fuerte campaña naval y militar, destruyendo en Diu el año 1509 una flota enviada por el sultán de Egipto. Le substituyó Alfonso de Alburquerque, verdadero fundador del Imperio portugués del índico. Este imperio era comercial y no territorial, basado en la creación de fortalezas y factorías en puertos estratégicos, para así controlar las vías de comunicación con valor comercial y los centros de operaciones de compra y venta. Así en 1509 conquistó Goa y en 1515 Ormuz. También ocupó Malaca y envió una expedición a las Célebes y las Molucas.

Con la conquista de Malaca se abrieron a los portugueses las puertas del océano Pacífico, y así ocuparon la isla de Timor (1512-1515) y el archipiélago de las Molucas (1521-1522). También establecieron relaciones comerciales y misionales con el Japón, que duraron hasta la confrontación con los holandeses en el siglo xvii. Con la China los contactos dieron como resultado la autorización de la Corte de Pekín para establecerse en Macao (1554-1557).

El Brasil no atrajo en principio la atención de Portugal, concentrada en África y Asia. Los primeros asentamientos fueron en Bahía y Pernambuco, y se limitaban a explotar el «palo Brasil», colorante rojo que dio nombre al país. Pero ante las incursiones de franceses, ingleses y españoles, hacia 1530, el rey de Portugal Juan III se decidió a afirmar su soberanía empezando una política de asentamientos y de producción agrícola. Esta producción se concretó en la caña de azúcar, cultivada por mano de obra esclava procedente de Luanda en Angola, la cual llegó a exportar 4.000 esclavos anuales al Brasil. Las exportaciones de azúcar crecieron de 180.000 arrobas en 1570 a 2.100.000 arrobas en 1650. La interdependencia de Brasil y Angola, y la creación de una nueva población colonial multirracial, pero de cultura lusa y de religión católica, fue determinante para evitar que los países citados no cayeran en manos holandesas, como lo hizo el imperio asiático a mediados del siglo xvii.

El Imperio español

El Nuevo Mundo pronto bautizado como América se presentó en seguida a los ojos europeos como una tierra destinada a Europa. Como dice O'Gorman, Europa «inventó América y celebró el viaje de Colón en boca de López de Gómara como el más gran acontecimiento de la Historia desde el nacimiento de Jesucristo». Si en la obra se refleja el ser, América fue el continente donde mejor se reflejó la esencia de Europa, en frase de Braudel. La impresión que tuvo el europeo fue la de encontrarse ante una naturaleza virgen que podría modelar con más provecho y menos obstáculos que África. En este movimiento expansivo de los europeos, se tuvo la intención de transportar su civilización y engrandecer su patria. América fue el continente de las nuevas provincias: Nueva España, Nueva Castilla, Nueva Granada, Nueva Inglaterra, Nueva Francia, Nueva York, Nueva Orleáns... Con todo, a lo largo de los siglos de la Edad Moderna, surgirá una sociedad con caracteres propios no traducibles a la realidad europea. América ha tenido que recorrer por su cuenta y a su manera las largas etapas de la historia de Europa, sin respetar el orden, ciertamente, ni los modelos. A su vez, el continente americano ayudó en gran manera con sus riquezas (metales, azúcar, etc.) al mantenimiento de la supremacía europea.

La posesión de las islas Canarias por parte del reino de Castilla, confirmada por el tratado de Alcaçobas de 1479 con Portugal, era la prueba del interés castellano por el Atlántico y por la expansión en el continente africano, como demuestra el establecimiento de Santa Cruz del Mar Pequeña. Pero, por el mismo tratado, la expansión en África o la prosecución de la ruta hacia las Indias quedaba reservada al reino luso, por lo que el proyecto colombino de seguir la ruta de Occidente hacia las Indias tuvo buena acogida en la Corte de los Reyes Católicos. Tal fue la creencia de que se había llegado a las Indias que se le puso este nombre al Imperio español en América.

Una vez acabada la magna empresa de la Reconquista, los Reyes Católicos firman las capitulaciones de Santa Fe con Colón el 17 de abril de 1492; en ellas se declara el señorío del Océano por parte de los monarcas, o sea de Canarias hacia Occidente. Como afirma Hernández Sánchez-Barba, Colón era el único que podía hacer efectivo este señorío en unos mares nunca surcados, al menos, por marinos al servicio de los soberanos. Colón reivindica estos espacios porque, poseedor del secreto del piloto anónimo, sabía que había tierras a unas 700-750 leguas al oeste de la isla canaria de Hierro. En virtud de ello, los reyes le nombran virrey y gobernador. En esta primera etapa del establecimiento español en América hay que destacar la labor complementaria de Colón y los Reyes Católicos, complementariedad que resulta decisiva para la magna empresa del descubrimiento y asentamiento posterior.

La genialidad de Colón, basada en su fe ciega de llegar a las Indias, no le permitió percatarse que había llegado a una tierra nueva, cosa que a la altura del tercer viaje ya se daba por supuesto en la Corte y en los círculos informados. Colón creyó tras su segundo viaje que había llegado a la puerta de las Indias (situada en el archipiélago de la Deseada, Dominica y Maligalante), que Cuba era tierra firme asiática y que el descubrimiento de depósitos de perlas cerca de la isla Margarita era prueba de la mítica riqueza asiática. Estas tres falsas creencias fueron, según Manzano y Sánchez Barba, el fundamento de su error, error que fue corregido por la Corona, que rescató de manos de Colón las facultades de gobernación ante el volumen y total novedad de lo descubierto, dejándole las facultades de explorador y almirante.

En vida de Colón, la Corona ya hizo de la empresa de descubrimiento y conquista una tarea de Estado. Para ello tuvo que arbitrar todo un sistema institucional en España y en América para que hubiera igualdad de trato a los súbditos de los dos continentes. Tal labor comenzó con la creación de la Casa de Contratación en Sevilla el 20 de enero de 1503.

La rivalidad hispano-portuguesa se manifestó al regreso de Colón de su primer viaje. Ante la reclamación portuguesa de que los territorios les pertenecían por las bulas de Nicolás V, Fernando e Isabel obtuvieron en breve plazo las famosas bulas de Alejandro VI, en 1493, que, favoreciendo claramente a España, ponen la «raya» de demarcación entre las zonas de descubrimiento español y portugués en un meridiano de 100 leguas marinas españolas al oeste de la última isla de las Azores. Todo lo situado más allá de esta línea pertenece a España. Juan II de Portugal no aceptó esta donación pontificia y Fernando e Isabel -entonces en plena guerra con Francia- se avinieron a una negociación que concluyó con el tratado de Tordesillas de 7 de junio de 1494. Por este tratado se estableció la línea de demarcación a 370 leguas marinas al oeste de las islas de Cabo Verde, que dividía al mundo de polo a polo. Así se produjo el deslinde pacífico de los Imperios español y portugués. No obstante, tras el viaje de Magallanes de circunvalación de la tierra y ante la comprobación de que Colón no había llegado al Asia, y encontrarse españoles y portugueses en este continente, se firmó el tratado hispano-portugués de Zaragoza (1529), por el que las Molucas eran reservadas a los portugueses a cambio de 350.000 ducados para el emperador. También se situaba la línea de demarcación en el grado 17 de longitud al este de las Molucas.

Las Filipinas quedaron en zona portuguesa, pero, una vez conquistado México, en 1568 Legazpi se apoderó de estas islas. Con el descubrimiento del camino de regreso a Acapulco desde Filipinas por el Pacífico norte a la altura del paralelo 35, se completó el círculo logístico del Imperio español. No se puede cerrar el capítulo del descubrimiento sin hacer mención a la más importante exploración del istmo, la de Vasco Núñez de Balboa, que el 25 de septiembre de 1513 descubrió el océano Pacífico al que bautizó como Mar del Sur.

Los españoles colonizaron sobre todo las Antillas a partir de la isla de La Española. Bajo el gobernador Ovando (1502-1508), se empezó la conquista de Puerto Rico (1508) por Juan Ponce de León. Cuba fue conquistada, después de la exploración de Sebastián de Ocampo (1508-1509), por Diego Velázquez (1511). A su vez Cuba fue la plataforma para conquistar el continente por los dos lados: la Florida y la costa mexicana al norte de Yucatán. En la expedición de Velázquez iba el futuro conquistador de México, Hernán Cortés. Las otras grandes conquistas y colonizaciones consiguientes fueron la de México (1519-1522) por Hernán Cortés y la del Perú (1532-1536) por Francisco Pizarro y Diego Almagro.

La conquista de México en dos años tuvo como consecuencia la caída del Imperio azteca. Pero la acción española se prolongó con la conquista de Guatemala (1523) y San Salvador (1524). En América del norte, después del naufragio de Cabeza de Vaca en las costas de Texas, Fernando de Soto en 1539 exploró Georgia, Alabama, el Mississippi, Arkansas y Orklahoma. Vázquez Coronado desde México exploró en 1541 Arizona y Nuevo México, pero hasta 1609 no se fundará la ciudad de Santa Fe. En la primera mitad del siglo xii ya habían sido explorados todos los Estados meridionales de los Estados Unidos desde el Atlántico al Pacífico.

En el siglo xvii España tomó posesión de California (1602-1603). Cuando Francia ocupó la Louisiana en 1682, España se apresuró a ocupar Texas en 1714 con la fundación de San Antonio. Las principales pérdidas que se registraron en las Antillas y Mesoamérica fueron la pérdida de la Jamaica en manos inglesas en 1655 y la de la parte occidental de La Española -actual Haití- en beneficio de Francia (1697).

Desde la región del istmo y costas colombianas partieron los expedicionarios hacia el Perú por la vía marítima del Pacífico, y por la terrestre hacia la tierra de los Chibchas o Nueva Granada (Venezuela). Desde el Perú se proseguirá la conquista de los países andinos hacia Quito, Bogotá y el Alto Perú (Bolivia). El río de la Plata sirvió de plataforma inicial para la exploración del Uruguay y, a través del Chaco, enlazar con los españoles del Perú en las sierras de Bolivia.

En esta conquista de la América meridional destaca entre otras la expedición de Francisco Pizarro contra el Imperio del Inca (1532-1536), la de Sebastián de Belalcázar y Gonzalo Giménez de Quesada por la actual Colombia (1536-1538), que bautizaron con el nombre de Nueva Granada. Domingo Martínez de Irala funda Asunción y explora el Río de la Plata y el Paraguay, impulsando también la expedición de Nuflo Chaves que supera la barrera del Chaco en dirección al Perú. Por último, la expedición de Pedro de Valdivia y su posterior acción colonizadora entre 1540 y 1553 estableció las bases del poder español en Chile, tanto en la franja costera como en la cordillera.

Una vez efectuada la conquista y exploración, el esfuerzo colonizador tuvo que ser más selectivo, dada la inmensidad del espacio, y la capacidad demográfica y económica de los reinos peninsulares. En poco más de treinta años, los conquistadores habían acabado con las frágiles civilizaciones indígenas, lo cual les proporciona unos tres millones de kilómetros cuadrados; un siglo y medio más tarde, hacia 1680, los europeos, fundamentalmente españoles, ocuparon siete millones y medio de kilómetros cuadrados sobre unos catorce o quince de extensión en su área de influencia, según Chaunu.

En los siglos xvi y xvii el corazón de los Imperios azteca e inca, situado en las mesetas mexicanas y andinas, además de las principales islas de las Antillas, recibieron el mayor esfuerzo colonizador español. Este hecho se vio reflejado en el aspecto institucional con la creación de los dos principales virreinatos. La expansión de América se asentó en la transmisión de la soberanía del rey de las Españas a los reinos de las Indias, de los cuales el monarca español se consideraba heredero (hispaniarum et indiarum rex). La creación de los virreinatos de Nueva España (1535) y del Perú (1543) como delegación suprema del rey responde a esta concepción de equidad.

Por último, la delimitación de la naturaleza de súbdito español o de las Españas, con exclusión de las otras posesiones europeas de Felipe II, se llevó a cabo para designar los que tenían derecho a emigrar a América.

A pesar del monopolio comercial, España era incapaz durante el siglo xvi de explotar sola el inmenso mercado americano. En realidad ninguna nación se habría bastado a sí misma. España, pues, tuvo que recurrir a Europa, sobre todo a partir de la crisis industrial de finales del xvi.

Este concurso europeo se producía de una manera legal, pero también mediante el contrabando. Se calcula verosímilmente que el comercio fraudulento sobrepasó al oficial después de 1619, y esta situación habría durado hasta los años de la década de 1760. A lo largo del siglo xvii los intercambios entre la península y América disminuyeron. México antes de 1629 enviaba a la metrópoli más de la mitad de sus ingresos fiscales; después de 1660 sólo enviaba el 33 por ciento. La producción de bienes en las tierras de Nuevo Mundo y la importación de bienes del Extremo Oriente a través del Pacífico aflojó el lazo económico con España. Contra esta situación reaccionó el gobierno español con progresiva energía y eficacia a lo largo del siglo xviii. La erradicación del contrabando y el reforzamiento del monopolio fueron los ejes de tal política. Con este fin se crearon los virreinatos de Nueva Granada (1739) y de Río de la Plata (1776). La implantación de los intendentes, con su misión de reforma de la administración, estaba destinada a romper las aristocracias criollas que dominaban la vida política y económica de Ultramar. La progresiva militarización de la administración y la expulsión de los jesuitas también son hitos de esta política. Igualmente, se procuró la mejor delimitación de las fronteras de este imperio frente a las intromisiones extranjeras (colonia de Sacramento, colonización de California, expedición a Alaska, recuperación de las Malvinas, etc.).


El Imperio inglés

Enrique VII Tudor, como los soberanos de España y Portugal, también utilizó los servicios de los navegantes italianos para explorar la ruta oeste. Los Caboto. Juan el padre y Sebastián el hijo, en 1497 y 1498, hicieron dos viajes para realizar la ruta antedicha por una latitud más septentrional que la española, y en estos viajes exploraron Nueva Escocia. En 1509 Sebastián Caboto recorrió la península del Labrador y después la bahía de Hudson, buscando siempre el paso del noroeste. Con estos viajes se asentaron las pesquerías inglesas en estas costas a las que se unieron pronto las francesas.

En 1553-1554, gobernando María I, se llevó a cabo la expedición de Willoughby-Chancellor que, tras la búsqueda del paso de noreste, descubrió Nueva Zembla, y llegó a Arkangelsk en el mar Blanco, enlazando por tierra con Moscú.

Durante el reinado de Isabel I(1558-1603) se protegió la marina mercantil y de guerra, y en consecuencia las expediciones navales, que tuvieron dos objetivos: descubrir nuevas tierras, y saquear las posesiones y flotas españolas que traían las riquezas de América. Entre las expediciones de carácter geográfico-lucratívo tenemos la de Martín Frobisher (1576-1578), para hallar el paso del noroeste, financiada por una compañía de Catay y que llegó hasta Groenlandia; el viaje de circunvalación de la tierra de Francis Drake (1577-1580); el viaje de Gilbert a Terranova, que fue anexionada a la Corona (1583), y los tres viajes de John Davis (1585-1587) que descubrió el estrecho de su nombre. Con los primeros Estuardos tuvieron lugar las primeras conquistas y ocupaciones territoriales. Esta política fue reforzada por la aplicación del pacto colonial, con el consiguiente monopolio comercial en las colonias y la prohibición de crear industrias locales, y las leyes de navegación para fomentar la marina inglesa.

Inglaterra siguió un criterio flexible en la fundación de colonias. Así tenemos tres tipos: 1) Colonias de la Corona, regidas por un gobernador, asistido por asambleas locales. 2) Colonias de carta, confiadas por la Corona por patentes o carta a una compañía, la cual tenía amplios poderes administrativos y el monopolio del comercio. 3) Colonias de propietario, que eran otorgadas en plena propiedad a un «lord-propietario», que tenía poderes casi de soberanía. La evolución con el transcurso del tiempo fue a converger hacia el primer tipo.

Después de la tentativa de Walter Raleigh en Virginia (1587), Jacobo I fundó la Compañía de Londres en 1607, que sólo halló como fuente de riqueza el cultivo de tabaco. En 1625 la Corona rescindió la carta a la compañía y la elevó a crown colony, pues este cultivo del tabaco requería la mano de obra esclava.

Los puritanos llegados en 1620 en el Mayflower, bajo el patrocinio de la Compañía de Nueva Inglaterra, fundaron Nueva Plymouth. Estos padres peregrinos, en número de 102, un tercio procedente de Holanda y dos tercios de Inglaterra, empezaron a practicar el self-goverment o autogobierno basado en el igualitarismo religioso, fruto de sus creencias disidentes de la Iglesia anglicana. Otras fundaciones del mismo cuño fueron Massachusetts, Conneticut, Rodhe Island. Maryland fue fundada en 1633 por el noble católico lord Baltimore. Sobre los territorios arrebatados a los holandeses se fundó Nueva York, Nueva Jersey, y los cuáqueros de William Penn, Pennsilvania. En tiempos de Carlos II, lord Shaftesbury fundó Carolina.

Las colonias tropicales también llamaron la atención de los ingleses. En 1602 tuvieron lugar los primeros establecimientos en la Guayana y allí empezaron la serie de conquistas insulares en las pequeñas Antillas: Bermudas (1612), Barbados (1624) y en la época de Cromwell, más interesado en el Caribe que en la América del Norte, Jamaica (1655) y, más tarde, las Bahamas (1718). A pesar de su escasa extensión, la metrópoli apreciaba mucho estas colonias tropicales, por su alto valor comercial, al revés de las septentrionales, más autosuficientes y concurrentes en el plano comercial con la metrópoli.

En el siglo xviii, lo más destacable fue la conquista del Canadá, arrebatado a los franceses, a los que apartaron también de la carrera para ocupar el centro y el oeste norteamericano. Por el tratado de París (1763), Francia cedía Canadá, Nueva Escocia, el valle de Ohio y el oriental del Mississippi, excepto Nueva Orléans.

La necesidad de desvincularse de Portugal y de Holanda para las importaciones de especias y otros productos orientales llevaron a Isabel I, junto con una serie de comerciantes, a fundar en 16001a Compañía inglesa de las Indias Orientales. Después de un fallido intento de establecerse en Malaca e Indonesia (pérdida de Amboina en 1623), se concentraron en la península índica. El Gran Mongol había autorizado en 1613 la fundación de Surate, sede principal de la compañía en la India. Progresivamente, Inglaterra se fue infiltrando en zonas reservadas a los portugueses. En 1639 se funda el fuerte de Madrás y, en Bengala, Hugli y Balsore. En 1668 Carlos II donó a la compañía Bombay, dote de su mujer Catalina de Braganza.

La compañía que obtuvo entre 1660 y 1690 dividendos del 40-50 por ciento llevando una política pacifista con los hindúes, decide a partir de 1687, con John Child de presidente, pasar a una política belicista e intervencionista. Tal política culminó con Robert Clive entre 1748 y 1765 con la derrota de los franceses y del nabab de Mourshidabad en la batalla de Plassey (23 de junio de 1757) y la ocupación de Calcuta. Esta fecha se considera la del comienzo del Imperio inglés en la India.

En el continente australiano, cuyas costas habían explorado los holandeses, fue fundada en 1788 la colonia inglesa de Nueva Gales del Sur.


El Imperio holandés

El Imperio holandés puede llamarse el de las compañías, y su auge y decadencia van muy unido a los de éstas. La experiencia colonial la adquirieron los holandeses a expensas de Portugal. Los holandeses eran los revendedores de las mercancías ultramarinas procedentes de Lisboa en el norte y centro de Europa. La independencia de facto, fruto de la rebelión contra Felipe II y la ascensión al trono de Portugal de este último, determinaron a las Provincias Unidas a tomar parte en la ruta del comercio de las especias con Asia. En 1599 se creó la compañía de Van Berre, la cual armó una flota al mando de Houtman, que hizo el primer viaje bajo pabellón holandés (1595-1597) llegando a Batavia (Java y Bali). Durante este viaje se realizaron los primeros intercambios con los portugueses y los nativos.

Ante lo inexorable del choque con los portugueses, el «gran pensionario» Oldenvarneweldt y el príncipe Mauricio presionaron a las diversas compañías holandesas para que se unieran y formaran una compañía monopolística privada, bajo la tutela del Estado. Así en 1602 se fundó la Compañía Unida de las Indias Orientales (Vereneigde Oostindische Compagnie, abreviada Voc). La compañía rápidamente fundó factorías en las islas Honda, Molucas y Banda, expulsando a portugueses e ingleses (1619-1623, 1627-1629). El gobernador Jan Pieterszoon Coen, con la fundación de Batavia (Java) y la aniquilación de los ingleses de Amboina, sentó las bases de la dominación holandesa. De 1624 a 1661 dominaron la isla de Formosa y en 1684 dominaban toda la Insulindia. También expulsaron a los portugueses de Colombo (Ceilán) y Malaca (1636-1662). Para evitar las flotas portuguesas, los navíos holandeses acostumbraron a llegar a la India en línea recta desde el cabo de Buena Esperanza. Por ello instalaron en 1652 la escala en el Cabo para que los navíos pudieran repostar.

En 1621, a imitación de la compañía oriental, se creó la Compañía de las Indias Occidentales, para que se estableciera en la América hispano-portuguesa, puesto que se había reanudado la guerra tras la tregua de los doce años. Las diversas expediciones contra el Brasil (Bahía en 1625 y Puerto Rico) fracasaron, salvando a la compañía de la ruina la captura de una flota cargada de plata en Matanzas ( 1628) por el almirante Heyn. Después los holandeses conquistaron Pernambuco (1630) y territorios en Río Grande del norte y Recife, que llamaron la Nueva Holanda. En 1642 estalló una sublevación de los colonos portugueses que acabó en 1654 con la capitulación de los últimos holandeses en Recife. En 1665-1667 una escuadra se apoderó de Surinam en las Antillas, isla que lograrán conservar.

En Norteamérica, las Provincias Unidas intentaron crear una red de factorías, pero sin designios de expansión territorial. En 1625 establecieron Nueva Amsterdam en la isla dc Manhattan, dentro de sus posesiones en la bahía de Hudson, pero la falta de apoyo de la compañía de Amsterdam y la escasez cíe holandeses entre los 10.000 habitantes de la colonia facilitaron su conquista por el duque de York en 1664.


El Imperio francés

Francia fue la última de las potencias europeas en dedicarse a las empresas coloniales en el sentido de conquistas territoriales.

Francisco I, por rivalidad con Carlos V y disconforme con el reparto hispanoportugués, patrocinó varios viajes para hallar la vía del noroeste. El primero fue el de Juan de Verazzano en 1524, que exploró los territorios al norte de la zona española, llegó a Nueva Escocia y tomó posesión de Terranova de una manera nominal, pues no dejó ningún establecimiento. De 1531 a 1541 Jacques Cartier realizó tres viajes con idéntico propósito, para ello remontó el San Lorenzo y llegó a Montreal, proclamando la soberanía del rey de Francia sobre estos territorios. Con las guerras de religión cesaron las empresas reales en Ultramar de intentar establecerse primero en Pernambuco (1555-1560) y después en la Florida (Charlesford, 1562-1567).

En el siglo xvii se inició propiamente la política colonial y así Champlain fundó Port-Royal en Acadia, Quebec en el San Lorenzo (1608) y exploró el lago al que dio su nombre en 1609. Enrique IV bautizó como Nueva Francia a los territorios descubiertos por Champlain. La principal fuente de riqueza de estas tierras era el comercio de pieles, para lo cual se fundó en 1627 por Richelieu la Compañía de la Nueva Francia. Por su parte, los misioneros fundaron Montreal en 1642. Luis XIV y Colbert dieron nuevo impulso a la expansión colonial y Nueva Francia fue incorporada al dominio real. La red de comunicaciones fluviales -San Lorenzo-Grandes Lagos-Mississippi- fue la vía de penetración francesa en América del Norte, llegando a Illinois (1667). En 1682 Cavelier de la Salle recorrió el Mississippi alcanzando el delta y tomando posesión de la región que denominó Louisiana en honor de Luis XIV. Ese mismo año se fundó la Compañía de la Bahía de Hudson, que se dedicó al comercio de pieles.

El siglo xviii tuvo en las colonias francesas de América del Norte una zona de confrontación en la rivalidad anglofrancesa. Así por el tratado de Utrecht (1713) Francia tuvo que ceder Acadia, Terranova y los territorios de la bahía de Hudson a Inglaterra, y por el tratado de París (1763) perdía el Canadá y cedía la Louisiana occidental a España.

Las primeras ocupaciones en las islas de las Antillas tuvieron lugar bajo Richelieu. Los franceses se establecieron en las pequeñas Antillas en 1625 ocupando San Cristóbal y, a partir de 1635, ocupan Guadalupe, Martinica, Dominica, Granada, Tobago y Santa Lucía. Desde 1650 Francia se estableció en la parte occidental de la isla de Santo Domingo, que en 1681 contaba con 18.000 colonos. También hay que tener en cuenta el establecimiento de la Guayana (1604), cuyo dominio fue reconocido por el tratado de Nimega (1678). Las colonias de las Antillas fueron, a diferencia de las del norte, las típicas de plantación (tabaco, azúcar, cacao, etc.) con gran necesidad de mano de obra, que primero vino de los alistados por la compañía en Europa y después de la esclavitud.

En el océano Índico, la Compañía de las Indias Orientales en 1664 se apoderó de Madagascar, que se sumó a la isla de Borbón, conquistada en 1649. Sin embargo, el objetivo principal de la compañía era la India. De acuerdo con el Gran Mongol se establecieron en Surat (1667) y después agregaron las factorías de Pondichery (1670), Masulipatan (1687), Chandernagor (1690), Calicut (1701) y Mahe (1721). La capital de la India francesa estuvo en Pondichery. Las posesiones de la India también se perdieron por el tratado de París tras la guerra de los Siete Años.

Bibliografía

Braudel, F., Civilisation matérielle et capitalisme, vol. III, París, Armand Colin, 1979. Chaunu, P., La expansión europea, Barcelona, Labor, 1969.
O'Gorman, E., La invención de América, México, 1967.

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